“El camino ya inició (…) pero todavía estamos en una etapa bastante previa, con lo que viene a significar una especie de prólogo”, dijo.
Aunque hay mayor interés por tecnologías pasivas, captación de agua o análisis climáticos regionales, reconoce que su integración en proyectos aún es limitada.
Considera que uno de los obstáculos centrales es cultural y operativo, ya que las herramientas existen, pero no se emplean de manera sistemática.
La Comisión Nacional para el Uso Eficiente de Energía (Conuee) ofrece lineamientos para construir según clima y región, mientras que la Comisión Nacional del Agua (Conagua) genera datos meteorológicos y de disponibilidad hídrica, datos que pueden orientar decisiones de diseño.
Sin embargo, su aplicación depende de la voluntad de cada equipo, lo que deja una brecha entre el conocimiento disponible y lo que ocurre en la práctica.
A ello se suma otro reto, la necesidad de desarrollar tecnología nacional para dejar de depender de soluciones importadas que no siempre se ajustan al clima, los costos o la capacidad productiva del país.
Para Huitrón, este punto define la velocidad del avance y afirmó que agua y energía deben manejarse como recursos finitos y no como insumos garantizados.
Ya no es una situación de moda o diseño, es una situación de supervivencia.
Raúl Huitrón
En su visión, los edificios requieren incorporar captación, tratamiento y reuso de agua, pavimentos permeables, ventilación natural y estrategias que reduzcan la dependencia a sistemas mecánicos de climatización.
Una transformación que busca regenerar, no solo mitigar
Mientras tanto, el debate público adquiere mayor complejidad. Durante el Foro Owens Corning 2025, arquitectos como Mario Schjetnan, Gabriela Carrillo y Javier Senosiain coincidieron en que la sostenibilidad ya no puede limitarse a reducir impactos.
En palabras de Schjetnan, “cada proyecto debe aportar funciones ecológicas que reparen suelo, agua y biodiversidad en el tejido urbano”. La idea desplaza el objetivo tradicional de mitigar y lo convierte en uno que exige beneficios ambientales tangibles.
El contexto que presentaron refuerza esta postura. La expansión urbana crecerá hasta alojar a casi 70% de la población mundial para 2050, lo que incrementará la demanda de agua, energía y materiales.
El sector construcción concentra alrededor de 38% de las emisiones de CO2 vinculadas con energía, consume cerca de 12% del agua dulce y utiliza 30% de las materias primas globales.
Los expertos plantean que las cifras obligan a repensar la relación entre ciudad y entorno y no solo a eficientarla.