Según datos de la Secretaría de Energía, en 2022, el 31.2% de la energía eléctrica en México provino de fuentes limpias, principalmente de la energía hidroeléctrica y eólica. Sin embargo, este porcentaje sigue siendo bajo en comparación con otros países de la región, como Costa Rica, que en 2023 generó 91.3% de su electricidad a partir de fuentes renovables, según datos del Centro Nacional de Control de Electricidad (CENCE) del país.
Es evidente que necesitamos acelerar la adopción de energías limpias en México. No solo por una cuestión ambiental, sino también por razones económicas y de salud pública. La dependencia de los combustibles fósiles nos hace vulnerables a las fluctuaciones del mercado internacional, además de contaminar el aire que respiramos.
Para lograr esta transición, es necesario que exista una colaboración estrecha entre el sector público, el sector privado y la sociedad civil. Las autoridades deben establecer políticas públicas que incentiven la inversión en energías renovables, mientras que el sector privado debe comprometerse a adoptar estas tecnologías. La sociedad civil, por su parte, puede jugar un papel fundamental en la sensibilización y la exigencia de acciones concretas.
Existen numerosos ejemplos de países que han logrado avances significativos en la adopción de energías limpias. Alemania, por ejemplo, ha invertido fuertemente en energía solar y eólica, y actualmente genera el 59.7% de su electricidad a partir de fuentes renovables. China, por otro lado, se ha convertido en el mayor inversionista en energía solar del mundo, y su capacidad instalada ya supera la de cualquier otro país, según datos de la Agencia Internacional de Energía (IEA, por sus siglas en inglés).
México tiene la capacidad de seguir estos ejemplos y convertirse en un líder en la producción de energía limpia. Contamos con abundantes recursos naturales, como el sol y el viento, y una población cada vez más consciente de la necesidad de proteger el medio ambiente.