El próximo mes de septiembre, las Naciones Unidas celebrarán la Cumbre del Futuro, un evento de alto nivel que reunirá a líderes mundiales “con el propósito de forjar un nuevo consenso internacional para mejorar el presente y proteger el futuro”. Esta cumbre se explica por sí sola a través de la voz de António Guterres, secretario general de la ONU: “No podemos construir un futuro para nuestros nietos con un sistema que fue construido para nuestros abuelos”. En un año donde medio planeta decide sus líderes para los próximos años, este es un baño de realismo necesario.
Propósito de impacto positivo, el nuevo ADN empresarial
Las empresas, como parte de un ecosistema en cambio acelerado, necesitan un nuevo ADN empresarial. Este ADN debe incorporar los desafíos sociales y ambientales en su modelo de negocio.
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A menos de seis años del año 2030, horizonte establecido para el cumplimiento de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, hay un sentimiento creciente de que no alcanzaremos estas metas. Pero antes de buscar a los culpables o lamentarnos con frustración y enojo, podemos utilizar la reflexión de Guterres y aplicarla a nuestras empresas: ¿Está considerando mi empresa a los ODS, como una hoja de ruta real para un mejor futuro? ¿Ha incorporado mi empresa el propósito de impacto? Si ambas respuestas son negativas, ¿será que mi empresa necesita entonces, de forma urgente, una evolución de sus propósitos y principios: un nuevo ADN empresarial?
En agosto de 2019, 30 años después de la caída del Muro de Berlín, empezó a caer otro muro colosal que separaba a las empresas de un futuro sostenible. El Business Roundtable, entidad de clase que agrupa a los CEOs de las 181 principales corporaciones de Estados Unidos, reconoció que, para lograr el éxito de sus empresas, de sus comunidades y del país, era necesario ir más allá del beneficio para los accionistas como único propósito del negocio.
La mayor parte de nuestras empresas ha nacido y crecido en un ecosistema con este paradigma. Muchas de ellas nunca consideraron si el impacto de su actividad sobre las personas o sobre el medio ambiente era relevante, mientras no se tocara el beneficio a corto plazo para el accionista. Pero este modelo de crecimiento infinito, en un planeta con recursos finitos, nos ha llevado a un callejón sin salida. Es momento de derribar este muro.
Al igual que los CEOs del Business Roundtable, cada vez más empresas entienden que su supervivencia depende de evolucionar su forma de hacer negocios. Las empresas, como parte de un ecosistema en cambio acelerado, necesitan un nuevo ADN empresarial. Este ADN debe incorporar los desafíos sociales y ambientales en su modelo de negocio, priorizando a todos los públicos de interés a la hora de priorizar sus decisiones y estrategias: colaboradores, clientes, proveedores, accionistas, comunidades y el medio ambiente.
Esta nueva genética comienza con una redefinición de su propósito: ¿Para qué existe mi empresa? ¿Tiene un propósito de impacto positivo? Y los criterios ESG ayudan a la empresa a conectar su impacto con los desafíos sociales y ambientales de este tiempo, además de ayudar a las empresas a evolucionar su ADN hacia un nuevo ecosistema de negocios.
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No obstante, esta evolución debe acelerarse. Tras la pandemia y su profundo impacto económico, los criterios ESG han acaparado titulares, conversaciones e iniciativas empresariales. Son señales necesarias para este cambio, y un paso imprescindible para construir el futuro que deseamos para nuestros nietos. Este futuro ya ha comenzado y depende, sin duda, de la evolución de las empresas.
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Nota del editor: Javier Herrero es director ejecutivo de Sistema B México . Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.
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