Para dimensionar la urgencia de esta adopción tecnológica, es necesario entender el peso del consumo doméstico. De acuerdo con datos de la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco) y la Comisión Nacional del Agua (Conagua), el uso de agua en el hogar se concentra en el baño.
Se estima que, del total de agua empleada en una casa, cerca del 66% se destina al aseo personal y el sanitario. Más allá del consumo per cápita, el desperdicio generado por equipos obsoletos o defectuosos es alarmante. Una sola fuga en el sanitario, a menudo imperceptible, puede equivaler a una pérdida de agua que va desde 100 hasta 1,000 litros diarios, de acuerdo con información de la Profeco.
Es aquí donde la certificación se vuelve fundamental, al garantizar que los productos en el mercado no solo funcionen, sino que lo hagan bajo criterios estrictos de sustentabilidad. El que tenga el sello de la NOM indica que ya pasó por un análisis, por pruebas de laboratorio y que le va a garantizar al consumidor que el producto va a cumplir con su función, con un desempeño óptimo a largo plazo y, más importante aún, con una reducción medible del volumen de agua utilizado, explica Carlos Contreras, coordinador de laboratorio en NYCE Laboratorios, una empresa que se dedica a realizar esas certificaciones.
El inodoro es, quizá, el dispositivo que ha experimentado la transformación más drástica bajo la lupa de la normatividad. Históricamente, estos aparatos eran voraces devoradores de agua, diseñados con criterios de volumen y no de eficiencia.
“Anteriormente, los sanitarios llegaban a gastar de 10 a 15 litros. Y, de hecho, si no se iban los líos, la gente lo que hacía es vaciar un bote. Entonces, aquí ya la nueva norma se encarga de evaluar todo ese tipo de funcionamiento. Tiene que garantizar un uso eficiente con seis y cinco litros. Cinco litros para inodoros ecológicos".
Además de la reducción de litros, también se verifica que el inodoro tenga la potencia necesaria para arrastrar sólidos por la tubería sanitaria a una distancia mínima de 18 metros, eliminando así la necesidad de la doble descarga o del bote adicional, prácticas que anulan cualquier ahorro potencial.
En las regaderas, la norma se enfoca en establecer un límite de flujo máximo, independientemente de la presión del sistema hidráulico del hogar. La especificación actual exige que una regadera no exceda los 10 litros por minuto. Esta restricción de flujo está diseñada para equilibrar el confort del usuario con el uso eficiente. Sin embargo, el factor cultural y la falta de conciencia pueden sabotear esta eficiencia.