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¿Qué podemos aprender del plan de adaptación climática de Francia?

Reducir emisiones es esencial, pero asumir que no todos los efectos serán evitables es una condición realista para asegurar la continuidad operativa de las sociedades.
vie 11 abril 2025 06:00 AM
¿Qué podemos aprender del plan de adaptación climática de Francia?
2024 fue el más cálido desde que se tienen registros, con temperaturas que superaron el umbral de 1.5 °C establecido en el Acuerdo de París. Las proyecciones apuntan a que 2025 superará ese récord.

Ante la creciente exposición a fenómenos climáticos extremos, Francia ha optado por una estrategia integral que reconoce explícitamente la inevitabilidad de ciertos impactos, incluso en un contexto de reducción progresiva de emisiones. Su tercer Plan Nacional de Adaptación al Cambio Climático (PNACC) prevé un aumento de hasta 4 °C en la temperatura media nacional hacia el año 2100.

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Este plan no plantea la adaptación como una renuncia, sino como una política de gestión del riesgo orientada a preservar las condiciones mínimas para la vida, la economía y los servicios esenciales. De forma estructurada, establece cinco líneas de acción: protección de la población, fortalecimiento de la resiliencia territorial, ajuste de actividades productivas, preservación del patrimonio y movilización de recursos financieros.

La estrategia incorpora una trayectoria gradual de preparación climática basada en proyecciones oficiales: un incremento de +2 °C para 2030, +2.7 °C hacia 2050, y +4 °C hacia 2100, con medidas diferenciadas por sectores y regiones. Esta aproximación permite transitar de forma ordenada hacia escenarios cada vez más exigentes.

Entre las acciones previstas destacan la elaboración de mapas de exposición al riesgo, el mantenimiento de seguros en zonas vulnerables, la mejora del confort térmico en viviendas, la adaptación de los horarios laborales durante olas de calor, y la promoción de soluciones sectoriales específicas en agricultura, infraestructura y salud pública.

Más allá de su contenido técnico, el plan refleja un cambio cultural importante: asumir que adaptarse no es un fracaso, sino una condición necesaria para sostener la continuidad operativa y funcional de los sistemas sociales y económicos.

Escenario global: insuficiencia de las políticas actuales

Los fundamentos del enfoque francés responden a un diagnóstico compartido por múltiples organismos internacionales. A pesar de ciertos avances, las políticas climáticas actuales continúan siendo insuficientes para limitar el calentamiento global a niveles seguros.

Según estimaciones recientes, con los niveles de inversión y ambición vigentes, el planeta se encamina hacia un aumento de entre 2.6 y 3.1 °C en la temperatura media global hacia finales de siglo. Este rango implica una intensificación crítica de los eventos extremos y una presión creciente sobre ecosistemas, economías y sistemas sociales.

La evidencia empírica respalda esta advertencia. El año 2024 fue el más cálido desde que se tienen registros, con temperaturas que por primera vez superaron de forma sostenida el umbral de 1.5 °C establecido en el Acuerdo de París. Las proyecciones apuntan a que 2025 podría superar nuevamente ese récord.

En paralelo, fenómenos como incendios forestales, inundaciones, sequías prolongadas y olas de calor severas se han multiplicado en frecuencia, intensidad y duración. El Foro Económico Mundial ha identificado al clima extremo como el riesgo global más probable para la próxima década.

Este escenario ha desplazado a la adaptación desde un plano técnico-operativo a una dimensión estratégica, esencial para asegurar la funcionalidad de los territorios y la viabilidad del desarrollo en un contexto cada vez más volátil.

Asimismo, distintos sectores —incluido el financiero— comienzan a reconocer que muchos impactos ya no podrán ser gestionados únicamente con medidas convencionales. Esto refuerza la urgencia de planificar respuestas estructurales que permitan anticiparse a la disrupción.

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Hacia una visión estratégica de la adaptación

El caso de Francia ilustra cómo la adaptación puede asumirse como una política pública de largo plazo, transversal y basada en datos. La clave está en vincular la anticipación de riesgos con el fortalecimiento de capacidades institucionales, técnicas y sociales.

Una de las características más relevantes del plan francés es su enfoque territorial. No se plantea una estrategia uniforme, sino diferenciada según las características geográficas y sectoriales de cada región. Esto permite que las respuestas sean más pertinentes y eficaces.

Asimismo, la articulación con gobiernos locales, sistemas de salud, organizaciones comunitarias y sectores productivos refuerza la ejecución y multiplica el impacto de las acciones. La descentralización de la adaptación es clave para su efectividad.

Para América Latina y otras regiones altamente vulnerables, esta experiencia representa una fuente valiosa de aprendizaje. Las condiciones estructurales pueden ser distintas, pero la lógica de anticipación, planificación y coordinación es replicable y urgente. La integración de la adaptación en planes de desarrollo, políticas fiscales, programas sectoriales y marcos regulatorios puede reducir significativamente los costos futuros, mejorar la resiliencia territorial y facilitar el acceso a financiamiento internacional.

Finalmente, la sostenibilidad de cualquier estrategia climática dependerá de su capacidad para equilibrar mitigación y adaptación. Reducir emisiones es esencial, pero asumir que no todos los efectos serán evitables es una condición realista para asegurar la continuidad operativa de las sociedades.

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Nota del editor: Antonio Vizcaya Abdo es consultor en distintas organizaciones y profesor en la Universidad Nacional Autónoma de México enfocado en Sostenibilidad Corporativa. Reconocido por LinkedIn como Top Voice en Sostenibilidad. Síguelo en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.

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Opinión ESG Cambio climático Protección al medio ambiente

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