En los últimos años, el término ESG (ambiental, social y de gobernanza) se convirtió en el nuevo estándar de corrección para cualquier empresa o inversionista. Hablar de sostenibilidad se volvió casi una obligación reputacional. Sin embargo, en esa carrera por parecer responsables, muchos olvidaron la esencia: el propósito de una inversión sostenible no es sumar puntos en una certificación, sino generar valor real y permanente.
Sustentabilidad rentable, el equilibrio que transforma
Durante un tiempo, los criterios ESG se adoptaron más como una retórica de pertenencia que como una práctica transformadora. Las empresas querían aparecer en los listados “verdes” o cumplir con los filtros de los fondos internacionales, pero el fondo se diluyó en la forma. Se implementaban políticas sin medir su impacto, o se lanzaban iniciativas ambientales que más bien parecían ejercicios de relaciones públicas.
La sostenibilidad no debería ser un gasto que se justifica en un reporte, debe ser una filosofía de operación que atraviese toda la organización. Cuando una empresa adopta de verdad una cultura ESG -no una etiqueta-, empieza a encontrar beneficios tangibles. Ser responsable con el medio ambiente, con la comunidad y con los procesos internos no solo es lo correcto: también puede ser más rentable.
Pongo un ejemplo simple. En el sector inmobiliario, si una empresa instala vidrios que reducen el consumo de aire acondicionado o sistemas de reutilización de agua, puede que la inversión inicial sea mayor, pero el ahorro energético y operativo a lo largo del tiempo es considerable. Lo mismo ocurre con la energía solar: generar parte de tu consumo reduce costos y dependencia. En otras palabras, la sostenibilidad bien aplicada se paga sola.
Pero la rentabilidad no se limita al terreno ambiental. En lo social, una empresa que involucra a sus comunidades y las hace partícipes de sus proyectos evita conflictos y gana aliados. Hoy, la voz pública tiene un poder que antes no existía, una mala práctica puede desatar un boicot digital; una buena relación con la comunidad, en cambio, puede convertir a los vecinos en promotores naturales. Integrar a la sociedad en los proyectos no es solo un acto ético, sino una estrategia de negocio inteligente.
Y en cuanto a la gobernanza, ese tercer pilar muchas veces olvidado, su importancia radica en la consistencia. Una buena gobernanza no garantiza resultados inmediatos, pero sí asegura procesos. Y cuando los procesos son sólidos, los resultados tienden a serlo también. La disciplina institucional es, en sí misma, una forma de sostenibilidad.
El error más común en esta conversación ha sido ver los criterios ESG como una obligación externa para acceder a financiamiento o reducir el costo de la deuda. Ese enfoque convierte a la sostenibilidad en un trámite, no en una oportunidad. Cuando se aplica con visión de retorno (económico, social o ambiental), el resultado cambia. La clave está en dejar de “cumplir” y empezar a invertir con propósito y rentabilidad.
Algunos sectores han avanzado más que otros. En el inmobiliario, por ejemplo, la vivienda es un terreno fértil: los desarrollos sustentables permiten optimizar energía, reutilizar agua y acceder a hipotecas más competitivas. No solo se beneficia el usuario final; también el desarrollador y el inversionista obtienen ventajas concretas. La sostenibilidad empieza a ser un buen negocio cuando deja de ser moda y se convierte en método.
El papel del inversionista institucional también es clave. No basta con revisar si una empresa tiene una buena calificación ESG o un reporte bien presentado. Hay que mirar debajo del logotipo: ¿las acciones que se reportan generan rentabilidad? ¿O solo sirven para cumplir con una lista de requisitos? Si la respuesta es lo segundo, no estamos hablando de sostenibilidad, sino de subsidio reputacional.
Por eso, más que inventar nuevos indicadores, tal vez el mejor sea el más viejo de todos: la rentabilidad. Pero no cualquier rentabilidad, sino aquella que surge de una operación eficiente, responsable y duradera. La inversión sostenible no puede depender del capricho del mercado o de tasas preferenciales: debe sostenerse por sí misma.
En mi opinión, la verdadera redefinición del concepto es simple: hagamos inversiones sustentables, responsables e incluyentes, pero siempre rentables. Solo así la sostenibilidad dejará de ser discurso para convertirse en estrategia.
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Nota del editor: Gustavo Tomé es Presidente de Skyway Equities. LinkedIn y X Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamete al autor.
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