Durante mucho tiempo, la agenda empresarial de sostenibilidad se enfocó principalmente en reducir emisiones (dentro del rubro ambiental). Los compromisos en descarbonización y la transición energética ocuparon el centro de la escena. Sin embargo, el impacto cada vez más visible de fenómenos climáticos extremos ha impulsado que la adaptación se consolide como un componente esencial de cualquier estrategia seria.
Invertir en adaptación al cambio climático

Las olas de calor, las lluvias torrenciales y los incendios forestales se han convertido en un factor de riesgo recurrente, con efectos que van desde pérdidas humanas hasta interrupciones en cadenas de suministro. Este escenario obliga a que las empresas integren la resiliencia climática en su estrategia. No hacerlo implica exponer activos, operaciones y reputación en un entorno cada vez más incierto.
La brecha de inversión en resiliencia
Si bien los marcos internacionales hacen referencia a temas de adaptación, los recursos siguen siendo limitados. Menos del 2% de la financiación destinada a este fin proviene del sector privado. Este desbalance genera una vulnerabilidad evidente, ya que mientras los compromisos de mitigación reciben atención prioritaria, la preparación frente a riesgos físicos permanece rezagada.
El costo de esa inercia se refleja en pérdidas crecientes. Estudios señalan que los riesgos climáticos podrían reducir hasta una cuarta parte de la rentabilidad operativa hacia mediados de siglo.
La relación entre costo y beneficio muestra la magnitud del desafío. Cada dólar invertido en adaptación puede generar hasta 12 dólares en retornos económicos, lo que convierte a la resiliencia en un componente clave de competitividad.
El rezago se explica, en parte, por la dificultad de medir avances. Cuantificar emisiones es relativamente directo, pero evaluar la capacidad de enfrentar impactos físicos requiere metodologías más complejas.
Otro factor son los incentivos. Inversionistas y reguladores han centrado la presión en mitigación, lo que ha dejado la resiliencia en un plano secundario.
Finalmente, persiste la visión de que la adaptación es un costo inevitable en lugar de una inversión estratégica. Esa percepción limita la capacidad de ver oportunidades en innovación, eficiencia y confianza del mercado.
Señales de cambio en el mercado
Esta situación comienza a transformarse. Nuevos marcos de reporte como IFRS S2 o la CSRD europea exigen a las empresas divulgar cómo gestionan los riesgos físicos asociados al cambio climático. Esto obliga a integrar la resiliencia en las estrategias corporativas y no limitarla a la comunicación externa. La adaptación se convierte en un asunto de gestión de riesgos y de continuidad operativa.
Los inversionistas también están elevando las expectativas. Fondos de inversión y coaliciones internacionales presionan para que las compañías integren planes concretos de resiliencia en sus modelos de negocio.
En paralelo, el mercado asegurador muestra una tendencia contundente. En sectores altamente expuestos, las primas han aumentado de forma considerable o directamente han desaparecido. Para muchas compañías, invertir en resiliencia se convierte en la única vía para conservar cobertura.
Así, se observan ya iniciativas empresariales que priorizan la resiliencia. Desde infraestructura diseñada para resistir fenómenos extremos hasta proyectos de colaboración con comunidades locales, la adaptación empieza a ganar espacio en la estrategia.
El avance, sin embargo, es desigual. Algunas organizaciones han hecho de la resiliencia un eje central, mientras que otras optan por mantener bajo perfil y evitar declaraciones públicas. Ese silencio puede proteger en el corto plazo, pero limita la posibilidad de generar confianza y de influir en estándares colectivos. La transparencia en este terreno se volverá una expectativa creciente.
Adaptación como ventaja competitiva
La adaptación no sustituye a la mitigación, sino que ambas deben avanzar de manera paralela y complementaria. El verdadero reto radica en la capacidad de integrar estos dos frentes en una estrategia coherente, que combine la reducción de emisiones con la preparación ante impactos que ya son inevitables.
En la práctica, prepararse para los efectos del cambio climático implica invertir en infraestructura más robusta, diversificar cadenas de suministro, proteger comunidades y diseñar modelos de negocio capaces de operar bajo condiciones cada vez más extremas. Estas acciones no solo previenen pérdidas, sino que también fortalecen la continuidad operativa y la competitividad en el largo plazo.
Para que esta visión se convierta en realidad, es indispensable que la conversación llegue a los niveles más altos de decisión. Cuando los consejos de administración incorporan la adaptación en su agenda estratégica, la probabilidad de que se traduzca en políticas concretas y asignación de recursos crece de manera significativa. De lo contrario, las iniciativas corren el riesgo de quedarse en acciones aisladas sin impacto real.
Este esfuerzo, además, no puede recaer únicamente en una empresa o en un sector. Requiere financiamiento adecuado, conocimiento técnico especializado y, sobre todo, colaboración entre gobiernos, sociedad civil y compañías privadas. Solo a través de alianzas amplias y coordinadas es posible construir resiliencia de manera efectiva y sostenible.
Cada vez resulta más evidente, y también más difícil de ignorar, que las empresas resilientes obtienen ventajas tangibles. No solo reducen riesgos, también consolidan su reputación, generan confianza entre inversionistas y crean oportunidades de innovación que las diferencian frente a sus competidores.
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Nota del editor: Antonio Vizcaya Abdo es consultor en distintas organizaciones y profesor en la Universidad Nacional Autónoma de México enfocado en Sostenibilidad Corporativa. Reconocido por LinkedIn como Top Voice en Sostenibilidad. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.
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