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De los compromisos a la acción: la COP30 y el reto de implementar

El desafío está en lograr que cada acuerdo, proyecto y alianza se traduzcan en impacto real. Que las promesas se conviertan en contratos, y los contratos en beneficios para las personas y el planeta.
jue 13 noviembre 2025 06:03 AM
NGOs hold protest in Belem advocating for climate justice months ahead of COP30
La COP30 quedará en la historia no solo por ser la primera que se celebra en América Latina, sino por lo que decida hacer de esa oportunidad: acelerar la transición energética o resignarse a haberla dejado pasar, considera Javier Pastorino. (WAGNER SANTANA/REUTERS/WAGNER SANTANA/REUTERS)

Es temprano en Belém, en Brasil, donde se celebra la COP30, la primera en realizarse en América Latina. El aire húmedo de la Amazonía se mezcla con el rumor constante de delegaciones que van y vienen. Se siente distinto. No es solo un cambio de sede, es un cambio de tono: esta vez, el mundo no vino a prometer, vino a rendir cuentas.

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Durante años hemos hablado de metas climáticas, de transiciones, de compromisos a 2030 o 2050. Pero mientras las promesas se acumulan, la temperatura global sigue subiendo y los eventos extremos se vuelven más frecuentes y costosos. La Organización Meteorológica Mundial estima que entre 2010 y 2019 los desastres naturales provocaron pérdidas superiores a 1.4 billones de dólares. Ese dato resume el tamaño del desafío y la urgencia del momento.

Por eso muchos aquí coinciden en que esta debe ser la COP de la implementación. Las hojas de ruta ya están trazadas; lo que necesitamos ahora son resultados medibles y reglas claras que permitan avanzar sin perder competitividad. La tecnología existe, el conocimiento también. Lo que falta es la capacidad de ejecutar.

La Agencia Internacional de Energía advierte que una de cada cinco unidades de electricidad renovable producida en el mundo no puede aprovecharse por falta de infraestructura de transmisión. Es un desperdicio silencioso. Sin redes modernas, no hay transición posible. Y sin estabilidad política ni diálogo internacional, tampoco habrá desarrollo económico.

En América Latina, el contraste es evidente. Tenemos recursos naturales, talento y capacidad técnica, pero las brechas en infraestructura y financiamiento frenan el avance. Aun así, empiezan a surgir historias que muestran que sí es posible pasar del discurso a la acción.

Un buen ejemplo está en Bahamas, donde la modernización del puerto de Nassau reducirá más de 140 000 toneladas de CO₂ al año gracias a un sistema de generación más limpio y a la electrificación ship to shore, que sustituye el diésel que antes usaban los cruceros atracados. El proyecto, desarrollado por el gobierno de Bahamas junto con socios del sector privado como Siemens Energy, combina infraestructura resiliente y tecnología flexible para garantizar un suministro estable incluso durante huracanes de categoría 5. Es una muestra de cómo la acción climática puede unir adaptación, resiliencia y desarrollo, transformando los compromisos en resultados tangibles para la región.

Otro tema que cobra fuerza en esta cumbre es el del talento verde. La transición energética no ocurrirá sin personas capacitadas para diseñar, operar y mantener los sistemas del futuro. Por eso el debate sobre Green Skills —las habilidades necesarias para impulsar empleos sostenibles— se ha convertido en un eje central en la COP30. La IEA calcula que se crearán más de diez millones de empleos en el sector energético para 2030. América Latina tiene la oportunidad de formar a esa nueva generación de profesionales, porque el cambio no vendrá solo de la tecnología, sino de las personas que la hagan posible.

La urgencia de medir mejor también es clave. La intensidad de carbono, que refleja las emisiones por unidad de producción, puede ser la brújula que oriente las decisiones hacia una descarbonización justa. Algo similar ocurrió hace cuatro décadas, cuando el mundo midió por primera vez el impacto de los clorofluorocarbonos en la capa de ozono. Esa claridad permitió el consenso que dio origen al Protocolo de Montreal. Medir fue el primer paso para transformar.

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Hoy la conversación en Belém ya no gira en torno a si debemos actuar, sino a cómo hacerlo rápido, con cooperación y propósito. El sector privado tiene una responsabilidad ineludible: invertir, innovar y demostrar que la sostenibilidad no compite con el crecimiento; lo redefine.

El desafío está en lograr que cada acuerdo, cada proyecto y cada alianza se traduzcan en impacto real. Que las promesas se conviertan en contratos, y los contratos en beneficios tangibles para las personas y el planeta.

El tiempo corre. La COP30 quedará en la historia no solo por ser la primera que se celebra en América Latina, sino por lo que decida hacer de esa oportunidad: acelerar la transición energética o resignarse a haberla dejado pasar.

Aquí en Belém, la sensación es clara: el futuro no se discute, se construye.

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Nota del editor: Javier Pastorino es Managing Director es Siemens Energy Mexico, Central America and the Caribbean. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.

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