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Cultura y resiliencia, las señales de la COP30

Más que preparar el futuro, lo que nos toca ahora es aprender a sostenerlo. Y hacerlo, inevitablemente, será un acto cultural.
mié 12 noviembre 2025 06:05 AM
Cultura y resiliencia, las señales de la COP30
La COP30 se celebra en Belém do Pará, Brasil, del 10 al 21 de noviembre de 2025. (Reuters)

En 2023, la BBC y National Geographic documentaron la presencia reiterada de los Mashco Piro —uno de los últimos pueblos no contactados de la Amazonía peruana— en zonas donde antes no existía contacto humano. Los antropólogos advirtieron que no era un hallazgo aislado, sino una consecuencia directa de la presión sobre los bosques y el cambio climático. Esa irrupción resume una verdad más amplia: las tensiones entre cultura, territorio y naturaleza dejaron de ser un tema de especialistas para convertirse en la nueva normalidad global.

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La historia de los Mashco Piro no es solo una nota etnográfica: es un espejo. Revela cómo los marcos culturales se fracturan ante la crisis ambiental y cómo el mundo empieza a asumir que la adaptación no será una excepción, sino la regla. Esa lectura conecta directamente con la COP30, que se celebrará en Belém do Pará, Brasil, del 10 al 21 de noviembre de 2025 (UNFCCC, 2024).

La presidencia brasileña ha delineado seis pilares —energía, bosques, transporte, ciudades, desarrollo humano y ejes transversales— con la resiliencia y la adaptación en el centro de la agenda. La elección de Belém, en el corazón de la Amazonía, es más que geográfica: reconoce que el debate climático no puede disociarse de sus raíces culturales y territoriales.

Durante tres décadas, la mitigación fue el núcleo de las negociaciones: reducir emisiones, apostar por energías limpias, asignar precios al carbono. Pero el progreso ha sido limitado; en 2023 las emisiones globales aumentaron un 1.1% (Global Carbon Project, 2024). El lenguaje de la mitigación se agotó, y con él la idea de que bastan soluciones técnicas o de mercado. La conversación global se desplaza hacia la resiliencia: no solo resistir el impacto, sino transformar las estructuras que lo generan.

Por primera vez, la COP incluirá jornadas dedicadas a Cultura, Justicia y Derechos Humanos, además del eje “Círculo de los Pueblos”, que reunirá a comunidades indígenas y tradicionales (Presidencia de la COP30, Brasil 2024). La inclusión del componente cultural no es decorativa: es política. Implica reconocer que la capacidad de adaptación no depende únicamente de la tecnología o las finanzas, sino de los valores y narrativas que organizan a las sociedades.

La resiliencia, entendida en sentido amplio, exige un cambio en los imaginarios de bienestar y desarrollo. Los mecanismos financieros —bonos verdes, mercados de carbono o fondos climáticos— han contribuido a visibilizar la magnitud del problema, pero no a revertirlo. Sin transformación cultural, no hay transición sostenible posible.

Por eso, Belém representa una oportunidad para situar la cultura en el centro de la gobernanza climática. No como un complemento, sino como un eje transversal que dé coherencia a las políticas y las haga socialmente viables. La cultura —en su dimensión simbólica, institucional y cotidiana— define la manera en que se asume el riesgo, se interpreta el futuro y se movilizan las soluciones.

Este cambio de perspectiva abre un terreno nuevo: el de la cultura de resiliencia. No se trata de un eslogan, sino de una forma de vida que articula la adaptación con el sentido colectivo. Una cultura capaz de integrar el conocimiento científico con las prácticas sociales, el financiamiento con la participación y las políticas con la empatía.

En términos institucionales, la COP30 podría marcar un punto de inflexión. Si la década anterior giró en torno al financiamiento verde, la que inicia tendrá que hacerlo alrededor de la resiliencia cultural: un marco que reconcilie lo económico con lo humano. Reconocer que la sostenibilidad no se impone desde los mercados, sino que se teje en la vida cotidiana.

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El desplazamiento de los Mashco Piro, las negociaciones en Belém y la apertura del debate cultural no son episodios inconexos: son parte de una misma transición civilizatoria. Lo que está en juego no es solo la reducción de emisiones, sino la capacidad de imaginar nuevos modos de habitar el planeta.

En ese sentido, la agenda de la COP30 es un guiño hacia la construcción de una cultura de resiliencia: una que asuma la incertidumbre sin fatalismo, que proteja el vínculo social y que reconozca que adaptarse no es ceder, sino reconfigurar.

Porque más que preparar el futuro, lo que nos toca ahora es aprender a sostenerlo. Y hacerlo, inevitablemente, será un acto cultural.

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Nota del editor: Aranzazu Zacarías Guevara es estratega en comunicación y sostenibilidad. Egresada de Sciences Po Paris, asesora a empresas y organizaciones en legitimidad institucional, asuntos públicos y agendas ESG. Síguela en Instagram como @aranzazuzg Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora.

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