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COP30. El espejo de realidad que México y Latinoamérica no quieren mirar

¿Cómo salvar la distancia entre las promesas de Belém y la acción climática en México y la región?
jue 11 diciembre 2025 06:02 AM
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La COP30 mostró que México y América Latina pueden ser líderes. Pero también evidenció que aún no lo son. La región dispone de una ventana histórica para convertir su enorme riqueza natural en prosperidad sostenible, señala Pablo Necoechea. (Foto: MAURO PIMENTEL/AFP)

El tiempo de la discusión ha terminado, el de la acción apenas comienza: esta es la conclusión de la COP30 celebrada en Belém (Brasil). América Latina llegó a esta cumbre climática con expectativas altas, una narrativa poderosa —Amazonas, justicia climática, transición justa— y una oportunidad histórica para reposicionarse en el tablero global. Sin embargo, al cerrar las negociaciones, la brecha entre discurso y ejecución quedó tan expuesto como el propio Amazonas que rodeó la sede del encuentro.

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Brasil buscó asumir el liderazgo con propuestas concretas, como la Open Coalition on Compliance Carbon Markets, una coalición pionera que busca armonizar estándares, robustecer los sistemas de monitoreo, reporte y verificación (MRV), y garantizar interoperabilidad entre mercados de carbono. México se sumó a este acuerdo como uno de los 11 países fundadores. Es un paso positivo, pero no un logro consumado, sino un punto de partida. Durante años, la participación de México en foros globales no se ha traducido en políticas internas consistentes ni señales claras para los mercados.

Un ejemplo alentador provino de Belém: se neutralizaron 130,000 CERs (reducciones certificadas de emisiones) a través de un mecanismo voluntario, un hito relevante para un país en desarrollo por su escala y su mensaje político. Pero estos gestos simbólicos no sustituyen la arquitectura institucional que aún falta para dinamizar la acción climática en la región.

La presentación de la nueva NDC 3.0 de México, con el compromiso de mitigar entre 364 y 404 millones de toneladas de CO₂ para 2035, representa un avance técnico importante. Una meta cualificada y con horizonte definido es exactamente el tipo de señal que inversionistas, mercados y organismos multilaterales necesitan para movilizar capital. El problema es que esta ambición convive con una realidad preocupante: hoy México tiene una alta incertidumbre en política energética y un déficit estructural de créditos de carbono.

Las estimaciones más recientes indican que, incluso si los más de 400 proyectos en desarrollo cumplieran con lo prometido, apenas generarían 1.5 millones de toneladas equivalentes. Esta cifra es insuficiente para atender la demanda interna proyectada y está muy lejos de posicionar al país como exportador regional. Peor aún: la oferta está abrumadoramente concentrada en proyectos forestales, lo que incrementa la exposición de México a riesgos de integridad, volatilidad de precios y ausencia de diversificación.

El panorama regional no es muy distinto. América Latina habla de liderazgo climático, pero depende todavía de medidas graduales, pilotos limitados y financiamiento fragmentado. La transición justa, la adaptación, la resiliencia y la creación de empleos verdes —temas centrales en Belém— siguen sin aterrizarse en programas nacionales que movilicen al sector productivo y que transformen los modelos de desarrollo.

La COP30 dejó claro que el continente necesita pasar del entusiasmo discursivo a la acción acelerada. Los gobiernos ya no requieren más diagnósticos, requieren sistemas:

- Un Sistema de Comercio de Emisiones operativo, con reglas claras y una hoja de ruta vinculante.

- Proyectos de alta integridad: energías renovables, eficiencia energética, captura de carbono, biogás y tecnologías emergentes más allá del ámbito forestal.

- Esquemas de blended finance que aproveche estándares internacionales y multiplique los recursos públicos.

- Una visión industrial de la acción climática: cadenas de suministro limpias, reconversión laboral, infraestructura verde y regiones capaces de atraer inversión por su competitividad climática, no solo por su mano de obra.

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La COP en Belém recordó que la justicia climática no es un “tema social” ni una declaración bonita: es la condición mínima para que la transición funcione. Además puso en primer plano la urgencia de fortalecer el talento y colocar las capacidades laborales en el centro de la política climática. Sin personas formadas, sin innovación local y sin ecosistemas productivos articulados, la descarbonización se quedará en los documentos.

La COP30 mostró que México y América Latina pueden ser líderes. Pero también evidenció que aún no lo son. La región dispone de una ventana histórica para convertir su enorme riqueza natural en prosperidad sostenible. Lo que la región ya no tiene es tiempo que perder.

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Nota del editor: Pablo Necoechea es director regional de EGADE Business School en la Ciudad de México y Querétaro. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.

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