La inversión sostenible se ha convertido en una variable real dentro de las decisiones financieras de grandes instituciones. Cada vez con más frecuencia, aparece como un criterio estructural en comités de inversión, juntas directivas y estrategias de gestión de portafolio a largo plazo.
Inversión sostenible. El capital se mueve en una dirección clara
Un informe reciente publicado por Morgan Stanley confirma esta tendencia. A nivel global, el 84% de los inversionistas institucionales espera que la proporción de activos vinculados a la sostenibilidad en sus portafolios aumente en los próximos 2 años, lo que refleja una óptica más positiva y una mayor convicción en este tipo de estrategia.
Esta expectativa resulta todavía más marcada entre quienes administran capital con horizontes extensos. El 86% de los asset owners planea incrementar su exposición a inversiones con enfoque en sostenibilidad, mientras que en el caso de los asset managers la cifra alcanza el 79%. En conjunto, estos datos evidencian una integración creciente de estos criterios en la asignación de capital.
Además, este crecimiento esperado no surge solamente de una narrativa ambiental. Está respaldado por dos factores concretos. Resultados financieros competitivos y un historial de desempeño más amplio y consistente. Ambos elementos fortalecen la confianza de los inversionistas en este tipo de estrategias.
En paralelo, la tendencia muestra coherencia entre regiones. En América del Norte, más del 90% de los encuestados prevé ampliar su exposición a activos vinculados a la sostenibilidad. En Europa este porcentaje llega al 82%, mientras que en Asia-Pacífico se sitúa en 85%. Las diferencias de contexto persisten, pero la dirección general se mantiene alineada.
Un giro en las prioridades de inversión
Durante los últimos años, las principales áreas de enfoque se han concentrado en la eficiencia energética y las energías renovables. Ambas continúan liderando las preferencias de inversión, reforzando el papel central que mantiene la transición energética en la planificación de largo plazo.
A este panorama se suma un cambio relevante en 2025. La rápida incorporación de la adaptación al cambio climático y la resiliencia como un eje prioritario. Este tema pasó del sexto al tercer lugar dentro de las principales áreas de interés, evidenciando una evolución en la forma de entender el riesgo y la preparación futura.
En este contexto, más del 75% de los inversionistas institucionales considera que los riesgos físicos asociados al cambio climático tendrán impacto en el valor de los activos durante los próximos 5 años. Las proyecciones financieras comienzan a incorporar con mayor claridad la exposición a sequías, inundaciones, tormentas y otros eventos extremos.
Como consecuencia, sectores como infraestructura hídrica, modernización de redes eléctricas, tecnologías de datos climáticos y proyectos de resiliencia urbana empiezan a ganar mayor relevancia. Estas áreas se perciben cada vez más como componentes necesarios para proteger el desempeño de largo plazo.
El 50% de los inversionistas ya integra la resiliencia climática como parte central de su análisis de riesgo-retorno al evaluar inversiones en infraestructura o bienes raíces. De manera adicional, otro 42% la incorpora en casos específicos donde la exposición a impactos físicos es significativa.
Este enfoque refleja una lectura más completa de la realidad. Variables ambientales, sociales y de gobernanza comienzan a vincularse de forma más directa con la estabilidad financiera, la continuidad operativa y la capacidad de adaptación de los modelos de negocio.
Riesgos crecientes, mercados más exigentes
Al mismo tiempo, el entorno se reconoce como más complejo. En 2025, el 38% de los inversionistas calificó los desafíos relacionados con la inversión vinculada a la sostenibilidad como “muy significativos”, frente al 25% reportado en 2024. Esta diferencia apunta a una mayor conciencia sobre los obstáculos que aún persisten.
Entre las principales preocupaciones se encuentran la calidad y disponibilidad de datos, la evolución constante de los marcos regulatorios y la incertidumbre en el entorno político. Estos factores exigen mayor rigor en el análisis, mejores sistemas de información y procesos de verificación más robustos.
A pesar de ello, más del 80% de los inversionistas identifica la sostenibilidad como un elemento importante dentro de su estrategia de gestión de riesgos. Cerca de 1 de cada 4 la señala como su principal herramienta para reducir exposición ante escenarios climáticos y sociales adversos.
Desde una perspectiva personal, esta evolución representa una señal de mayor madurez del mercado. El capital comienza a reconocer que los riesgos ambientales y sociales tienen consecuencias económicas directas, y que ignorarlos representa un costo creciente en el tiempo.
Para América Latina, esta dinámica abre una oportunidad clara. La región enfrenta una alta vulnerabilidad, pero al mismo tiempo cuenta con ventajas comparativas en recursos naturales, energías limpias, biodiversidad y soluciones basadas en la naturaleza.
Aprovechar este interés requiere fortalecer la gobernanza, mejorar la calidad de la información, adoptar estándares internacionales y estructurar proyectos con impacto medible. Las organizaciones que avancen en esta dirección podrán posicionarse mejor dentro de una economía regenerativa, baja en carbono e inclusiva.
En este escenario, la inversión sostenible continúa evolucionando y consolidándose como una palanca estratégica. La atención se desplaza hacia la resiliencia, la adaptación y la gestión inteligente del riesgo, marcando un nuevo capítulo en la forma en que el capital entiende su papel en el desarrollo económico del futuro.
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Nota del editor: Antonio Vizcaya Abdo es consultor en distintas organizaciones y profesor en la Universidad Nacional Autónoma de México enfocado en Sostenibilidad Corporativa. Reconocido por LinkedIn como Top Voice en Sostenibilidad. Síguelo en LinkedIn Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.
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