Pero hay un punto donde esa apertura se cierra: cuando nos enfrentamos a stakeholders que representan prácticas cuestionables o insostenibles. Ahí es donde nuestros estándares se convierten en muros altos.
La perfección que nos aleja del objetivo
¿Qué comportamientos surgen cuando enfrentamos dilemas éticos complejos? Por ejemplo:
Cuando una empresa de fast fashion con prácticas cuestionables presenta una iniciativa sostenible, la respuesta inmediata es "no le compren" o “es greenwashing”. Pero esa misma empresa tiene la infraestructura, la escala y el alcance para transformar la industria textil más rápido que cualquier startup sostenible. ¿Sería posible presionarla para que cambie desde adentro?
Cuando un ejecutivo con pasado en industrias extractivas quiere liderar iniciativas de sostenibilidad, pensamos: "no puede ser creíble viniendo de esa persona". Pero ese ejecutivo conoce exactamente cómo funcionan los sistemas que necesitamos transformar, tiene las conexiones y la credibilidad dentro de esos círculos para acelerar cambios que desde afuera tardarían décadas.
Cuando sectores como el petrolero, químicos o minería buscan participar en conversaciones de sostenibilidad, a menudo los vemos con sospecha: "estas industrias no pueden ser realmente sostenibles". Pero sin su transformación activa, no hay transición energética posible. Los materiales para energías renovables, para ciudades sostenibles, para tecnologías limpias, vienen de estas industrias.
En julio pasado vimos otro ejemplo perfecto: la iniciativa Science Based Targets (SBTi) pausó indefinidamente su estándar porque las petroleras como Shell, Aker BP y Enbridge abandonaron el grupo asesor. La razón: el borrador exigía cesar todo desarrollo de nuevos yacimientos. ¿El resultado? Un estándar pausado y empresas petroleras operando sin ningún marco de referencia para sus compromisos climáticos.
Hace unos días, sucedió lo mismo con el “Tratado Global de los Plásticos”: después de semanas de negociación, no se alcanzaron consensos (aunque se destacó que se mantuvo la voluntad de todas las partes de continuar en las mesas de negociación).
Cuando existen tensiones, tenemos que hacer menos juicios y hacer más preguntas:
Estamos ante una tensión muy compleja entre urgencia climática científica y pragmatismo económico estratégico. Y en lugar de aprender a navegar esta tensión, la tendencia es a elegir un “bando” y excluir al otro.
SBTi tiene razón desde la ciencia: nuevos yacimientos son incompatibles con 1.5°C. Pero las petroleras también tienen un punto válido: transiciones que ignoren realidades económicas e intereses financieros, simplemente no suceden.
Naciones Unidas tiene razón: la ciudadanía demanda reducir la contaminación por plásticos de un solo uso. Pero hay muchas industrias que dependen de ese material para muchos procesos.
¿Entonces?
La sostenibilidad real requiere que sostengamos múltiples verdades simultáneamente: que la urgencia climática es innegable y que las transiciones toman tiempo. Que necesitamos estándares ambiciosos y que debemos incluir a quienes más resistencia tienen al cambio.
¿Hasta dónde podemos exigir sin perder a los actores que más necesitamos transformar? Porque seamos honestos: las empresas con mayor impacto ambiental también tienen la mayor capacidad de generar cambio sistémico cuando deciden transformarse.
¿Es mejor un estándar perfecto que nadie sigue, o uno imperfecto que todos adoptan gradualmente?
¿Quién pierde más cuando excluimos actores clave: el planeta o nuestra pureza ideológica?
Es colaboración estratégica, no complicidad
Incluir a las empresas "problemáticas" en la conversación no significa ser cómplices de sus impactos. Significa ser estratégicos sobre cómo generar el cambio más rápido posible.
La colaboración estratégica reconoce que podemos mantener presión máxima y diálogo simultáneamente. Que podemos exigir transformación radical mientras creamos caminos viables para que suceda.
Cuando excluimos, perdemos influencia. Cuando incluimos estratégicamente, multiplicamos posibilidades de transformación.
Una empresa de fast fashion que se compromete con una ruta imperfecta hacia la circularidad puede transformar más la industria que 100 marcas sostenibles compitiendo por el 10- 15% del mercado consciente.
Un ejecutivo petrolero convertido en líder de transición energética puede acelerar cambios que los activistas tardaríamos más tiempo en lograr.
Una cementera global comprometida con reducir emisiones puede generar más impacto climático que un grupo de startups de materiales alternativos.
¿Lo mejor? Todos los esfuerzos caben en el camino hacia un desarrollo sostenible.