Admitámoslo: la sustentabilidad ha sido presentada como una tendencia que intentamos adoptar a la fuerza, esperando que eventualmente se convirtiera en algo natural. Pero, ¿cuáles han sido las consecuencias de esta imposición? Desde el principio, su adopción fue compleja. Lo que comenzó como una exigencia de grupos ambientalistas se convirtió en un mandato social que las empresas debían aceptar para mantenerse relevantes. La pregunta clave es: ¿realmente evolucionó o siempre ha sido vista como una carga?
La sustentabilidad es un ejercicio consciente

La prisa por implementar cambios pudo haber sido una de las razones por las que no nos tomamos el tiempo de entender el verdadero valor de la sustentabilidad. En los últimos años, vivir de manera más consciente con el medio ambiente dejó de ser una opción para convertirse en una obligación. La presión llevó a medidas rápidas y concretas, donde el retorno de inversión parecía ser el único criterio de éxito.
Tomemos como ejemplo la eliminación de plásticos de un solo uso o la moda sostenible. El mensaje fue claro: o te adaptas o quedas rezagado. Sin embargo, este enfoque terminó generando resistencia en lugar de adopción genuina. Así nació la "fatiga verde", el agotamiento emocional y mental que experimentan las personas ante la constante presión de ser sostenibles. En un mundo que premia la inmediatez, la sustentabilidad no escapó a esta lógica, generando frustración cuando los esfuerzos individuales parecían nunca ser suficientes.
Además, la falta de transparencia de grandes corporaciones agravó la situación. Muchas empresas han utilizado la sustentabilidad como una estrategia de marketing, maquillando sus prácticas sin generar un cambio real. El resultado ha sido una creciente desconfianza y el debilitamiento del mensaje ecológico.
Ahora bien, ¿es justo culpar al ciudadano promedio por no estar a la altura de este ideal que, además, ha sido presentado como un deber? La respuesta es no. La sustentabilidad no debe ser una moda impuesta desde el exterior, sino una transformación cultural progresiva. Necesitamos un enfoque que permita a cada persona acercarse al concepto de manera voluntaria, sin sentirse juzgada por no cumplir con estándares inalcanzables.
Hoy, con la administración de Donald Trump eliminando múltiples iniciativas de sustentabilidad, la discusión se vuelve más urgente. Programas de cambio climático, políticas de inclusión y hasta la salida del Acuerdo de París han sido decisiones que han desmantelado años de avances ambientales. Empresas como Meta, McDonald’s, Walmart, Amazon, PepsiCo, Target y Ford han comenzado a ceder ante la presión del gobierno, disminuyendo o eliminando esfuerzos sustentables.
Frente a este panorama, la tarea de los consumidores es clara: adoptar la sustentabilidad de forma orgánica. Solo si dejamos de verla como una obligación impuesta y la integramos de manera natural en nuestras decisiones diarias, podremos proteger el mundo que nos queda. No se trata de la perfección individual, sino del compromiso colectivo.
La clave está en valorar los pequeños gestos y hacerlos consistentes. Si logramos que la sustentabilidad deje de ser una tendencia impuesta y se convierta en un principio intrínseco, el verdadero cambio será inevitable. Y cuando intenten borrar esta agenda de la discusión pública, seremos nosotros quienes la mantendremos viva.
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Nota del editor: Gonzalo Segundo es Consultor en Comunicación y Relaciones Públicas y director de Comunicaciones en Switch Point. Ha colaborado en distintas agencias de comunicación en México y es egresado de la Universidad de Monterrey. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.