Durante las últimas décadas, el cambio climático ha sido una constante en el debate público. Las causas que lo originan están bien documentadas, sus impactos son cada vez más visibles y la necesidad de actuar con urgencia ha sido ampliamente difundida. Sin embargo, el progreso hacia una transformación efectiva ha sido limitado.
La necesidad de resideñar la narrativa sobre el cambio climático

Buena parte del discurso se ha centrado en comunicar cifras preocupantes, modelos de proyección y escenarios extremos. Esta narrativa, que busca resaltar la gravedad del problema, se ha basado principalmente en el lenguaje de la advertencia y el riesgo.
Si bien esta aproximación ha logrado instalar el tema en la agenda global, su capacidad para movilizar comportamientos sostenidos ha sido insuficiente. A pesar del volumen de datos y la contundencia de la ciencia, la respuesta social y política sigue siendo fragmentada y desigual.
Este desfase entre la información disponible y la acción colectiva nos obliga a cuestionar la efectividad del enfoque comunicativo actual. ¿Es posible que la manera en que hemos contado el problema haya limitado nuestra capacidad de enfrentarlo?
Las limitaciones de una narrativa basada en el miedo
Uno de los principales errores ha sido suponer que el miedo es un motor eficaz y suficiente para generar cambios. Aunque en algunos casos puede impulsar respuestas inmediatas, cuando se prolonga en el tiempo sin ofrecer salidas claras, termina generando agotamiento emocional.
De hecho, la exposición constante a escenarios catastróficos puede llevar a la desensibilización. Las personas dejan de reaccionar no porque no les importe, sino porque no encuentran una vía clara para contribuir de forma significativa.
Además, este tipo de mensaje suele reforzar una percepción de inevitabilidad. Al presentar únicamente un futuro marcado por el deterioro, se instala la idea de que ya no hay margen para modificar el rumbo.
Esto genera una paradoja: cuanto más intensamente se comunica la amenaza, mayor es la sensación de impotencia. Y sin percepción de agencia, difícilmente se genera compromiso o acción.
Por otra parte, al enfocarse exclusivamente en el problema, se ha descuidado la construcción de alternativas deseables. La narrativa climática ha fallado en describir, de manera concreta y accesible, cómo sería un mundo que logra avanzar hacia la regeneración ambiental y el bienestar colectivo.
Reconfigurar el mensaje
Frente a este escenario, es necesario replantear cómo se comunica la transición climática. No se trata de minimizar la urgencia, sino de complementarla con una visión inspiradora del futuro.
La narrativa debe presentar al cambio climático no solo como una amenaza, sino también como una oportunidad para rediseñar la forma en que producimos, nos movemos, habitamos y convivimos. Un lenguaje basado en la transformación (más que en la renuncia) puede generar mayor aceptación y participación.
Esto implica hablar del futuro no como un espacio de incertidumbre, sino como un horizonte de construcción. Las personas necesitan visualizar qué ganan si el cambio ocurre, no solo lo que pierden si no sucede.
Una comunicación efectiva debe articular con claridad cómo se ve ese nuevo escenario. No basta con enunciar metas técnicas o compromisos internacionales; es imprescindible traducirlos en experiencias tangibles que conecten con las expectativas y aspiraciones del público.
Este cambio de enfoque también reconoce que las decisiones no se toman únicamente desde la lógica, sino desde la emoción. Construir un relato que movilice implica conectar con lo que las personas valoran y desean, no solo con lo que temen.
Elementos de una narrativa que moviliza
Replantear la forma en que hablamos del cambio climático requiere una arquitectura distinta. A continuación, se proponen cuatro elementos esenciales que pueden orientar este nuevo enfoque comunicativo (estos elementos se basan en el informe Sell the Sizzle publicado por Futerra):
- Visión: Abrir con una imagen positiva y específica del futuro. Mostrar cómo será vivir en ciudades limpias, con transporte eficiente, energías renovables accesibles y espacios que prioricen la salud y la calidad de vida.
- Elección: Presentar el momento actual como un punto de inflexión. Dejar claro que aún hay alternativas viables y que la dirección que tomemos depende de las decisiones colectivas que adoptemos hoy.
- Plan: Traducir la transición en acciones concretas a corto plazo. En lugar de metas lejanas a 2050, destacar hitos posibles en cinco años o menos, con beneficios visibles y medibles.
- Participación: Invitar a la acción desde lo cotidiano. Cada paso debe estar vinculado directamente con la visión planteada, mostrando cómo las acciones individuales y colectivas contribuyen a un objetivo mayor.
Este enfoque no elimina la necesidad de informar con rigurosidad, pero incorpora un componente narrativo que puede generar mayor identificación y sentido de propósito. Al integrar estos elementos, es posible construir mensajes que no solo alertan, sino que inspiran y orientan.
Construir futuros para transformar el presente
En definitiva, el reto no es únicamente técnico, sino cultural. Implica cambiar no solo lo que hacemos, sino cómo imaginamos lo que viene.
Las grandes transformaciones sociales han estado acompañadas de visiones potentes. Desde la salud pública hasta los derechos civiles, cada avance ha requerido relatos capaces de convocar, emocionar y dar sentido.
Hoy, el desafío climático exige lo mismo. Necesitamos narrativas que proyecten un futuro posible, deseable y compartido. Un futuro que no se imponga desde el miedo, sino que se construya desde la convicción.
Las personas no actúan solo porque entienden un problema. Actúan cuando creen que vale la pena ser parte de la solución.
Rediseñar la narrativa no es solo una cuestión de estilo. Es una condición estratégica para habilitar la escala de cambio que la crisis climática requiere.
El momento actual demanda nuevas formas de pensar, comunicar y movilizar. Contar el clima desde el deseo, no solo desde la advertencia, puede marcar la diferencia entre la resignación y la acción.
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Nota del editor: Antonio Vizcaya Abdo es consultor en distintas organizaciones y profesor en la Universidad Nacional Autónoma de México enfocado en Sostenibilidad Corporativa. Reconocido por LinkedIn como Top Voice en Sostenibilidad. Síguelo en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.
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