Pero no hicimos caso y sembramos una de las causas más importantes de la policrisis que hoy enfrentamos: el mundo lleva casi 100 años guiado por un falso objetivo.
La clave para entenderlo es que el PIB mide cualquier movimiento de dinero, genere bienestar o no. Por ejemplo:
- Si hay un derrame de petróleo en Veracruz y gastamos millones en limpiarlo, el PIB sube.
- Si debemos gastar millones en salud por malas políticas públicas, el PIB sube.
- Si Acapulco es golpeado por un huracán y se reconstruye, el PIB sube.
Sin embargo, el PIB no registra el cuidado de los padres a sus hijos, la conservación de un ecosistema, el trabajo comunitario en una colonia o el tiempo que destinamos a una causa social.
Tres fallas básicas del PIB
La primera es que es imposible mantener un crecimiento indefinido en un planeta de recursos limitados. El resultado de esta incongruencia es el grave deterioro ambiental que ahora enfrentamos.
La segunda es que, una vez alcanzado cierto nivel de bienestar económico, aumentar los ingresos de una sociedad no necesariamente mejora su calidad de vida. Es el caso de Estados Unidos: a pesar de doblar su ingreso promedio en treinta años, sus ciudadanos se consideran menos felices que al inicio de ese periodo (General Social Survey, 2008).
La tercera es que ha sido ineficaz para distribuir la riqueza de manera equitativa. De acuerdo con Oxfam, el 1% más rico posee más que el 95% de la población mundial en su conjunto.
Creo que el problema es claro: el PIB no mide nuestro bienestar. Sin embargo, nos hemos puesto a su servicio. Gran parte de nuestra economía, instituciones y negocios miden su éxito con base en el crecimiento económico.
De nuevo, Kuznets lo explica con claridad: “(Debemos distinguir) las diferencias entre cantidad y calidad del crecimiento, entre sus costes y sus beneficios y entre el plazo corto y el largo. (...) Los objetivos de 'más' crecimiento deberían especificar de qué y para qué” (1962).
Han surgido muchas alternativas al PIB, pero en 2012 Kate Raworth propuso la que me parece más acertada y clara: La Dona.
Sí, así le llaman. Yo le hubiera llamado “El salvavidas”, pero lo importante es entender porque, entre tantas propuestas, la Dona es tan acertada.
Parte de su encanto es su simplicidad: el círculo interno representa el mínimo de bienestar que toda la humanidad debería tener; el círculo externo, los límites planetarios que debemos respetar. El anillo central es nuestro espacio seguro, nuestro salvavidas.
Pero su encanto también radica en su ambición y rigor. Se postula como un objetivo para la economía, los gobiernos, los negocios y la sociedad. Proviene de un nuevo paradigma donde la economía está al servicio de las personas y la vida en el planeta. Además de su ambición, se construye con el rigor científico de las fronteras planetarias y los estudios sobre bienestar humano.