Este año marca una década desde que el mundo celebró el Acuerdo de París, el momento multilateral más importante en materia ambiental del siglo XXI. En retrospectiva, los números no son del todo favorables, pues seguimos encaminados hacia casi tres grados de calentamiento hacia finales de siglo, lejos de la meta de 1.5°C y con desafíos crecientes en financiamiento, transición energética y protección de ecosistemas. Pero detenerse únicamente en la insuficiencia sería perder de vista lo esencial: París desencadenó una transformación que ya no puede revertirse.
Diez años después: el sector privado es el motor de la transición climática
Se estima que al menos 10 billones de dólares se han destinado a energía limpia desde 2015, lo que ha permitido evitar un peor escenario climático (uno que se acercaba a los 4°C, por encima de los niveles preindustriales). Sin embargo, la brecha financiera se mantiene: el compromiso de 100,000 millones anuales para naciones vulnerables llegó tarde y luce insuficiente frente al nuevo objetivo de 300,000 millones hacia 2035.
La directora del Green Finance Institute (GFI), Rhian-Mari Thomas, sostiene que “… probablemente estamos llegando al límite de algunas de las estrategias que hemos adoptado hasta ahora como comunidad de financiamiento climático…”. El GFI propone un modelo de coordinación estructurada que denomina 'transacciones para transiciones', el cual busca alinear a actores clave en resultados concretos, como escalar tecnologías críticas —por ejemplo, SAF y soluciones de captura y remoción de CO₂— y movilizar inversión privada hacia la restauración de ecosistemas y soluciones basadas en la naturaleza.
La arquitecta del Acuerdo de París, Christiana Figueres, señaló recientemente que la etapa en la que los gobiernos lideraban el proceso para limitar el calentamiento global ha concluido. Ahora comienza una fase en la que las decisiones deben trasladarse al terreno, al ámbito, donde las reducciones de emisiones, las inversiones estratégicas y la resiliencia se materializan. Hoy, los motores del cambio son múltiples: el sector privado, los gobiernos locales, el financiamiento, la innovación tecnológica y las cadenas de suministro. Los gobiernos tendrán que garantizar la transparencia y la rendición de cuentas, pero serán las empresas quienes marquen el ritmo real de la transición.
Diez años nos enseñaron que el progreso es posible, aunque lento. El multilateralismo funciona, pero requiere paciencia, y la economía verde ya es un sistema en marcha. Triplicar energías renovables para 2030 es técnicamente viable. Reducir metano es económicamente rentable. Desplegar vehículos eléctricos avanza rápido en varias economías. El desafío no es la falta de soluciones, sino la escala y la velocidad con que las llevamos al mercado. En esa tensión se inserta la COP30 en Belém, Brasil, con un claro mandato de “pasar de la promesa a la práctica”.
La COP30 se lleva a cabo en la Amazonía, un recordatorio inequívoco de que la naturaleza no es solo un activo ambiental, sino infraestructura esencial para la estabilidad climática y económica global. En este contexto, el sector empresarial enfrenta una oportunidad decisiva: activar puntos de inflexión positivos, esos momentos en los que la convergencia entre mercados, tecnología y decisiones estratégicas permite acelerar la descarbonización a gran escala.
Para que ocurran, las empresas y sus Consejos de Administración deben dirigir capital, impulsar innovación y asumir el liderazgo cultural que demanda la transición.
La pregunta, entonces, es qué implica esto para los Consejos, y qué pedirles de cara a Belém:
1. Cerrar la brecha ambición–acción. No basta con metas públicas, se necesita convertirlas en hojas de ruta operativas capaces de acelerar despliegue tecnológico y eficiencia energética.
2. Integrar naturaleza en la gobernanza. Deforestación, agua y degradación de suelos afectan valor, resiliencia y operación, por lo que la gobernanza climática debe incluir naturaleza como categoría estratégica.
3. Prepararse para nuevos mercados de carbono. La regulación bajo el Artículo 6 del Acuerdo de París se está definiendo ahora, y quien entienda temprano estos mecanismos abrirá acceso a financiamiento y ventajas competitivas.
4. Participar activamente en la movilización financiera. La llamada “Baku-Belém Roadmap” aspira a movilizar 1.3 billones de dólares hacia 2035, y los Consejos deben asegurarse de que los instrumentos financieros reflejen necesidades empresariales y abran puertas a capital concesional.
5. Pensar en mercados emergentes. Las iniciativas de transición justa, agricultura resiliente y soluciones basadas en naturaleza están generando nuevos modelos comerciales con retornos crecientes.
El clima dejó de ser un tema de riesgo reputacional. Hoy impacta directamente en las finanzas y en la estrategia empresarial. Las ventajas competitivas del futuro dependerán de la preparación climática que se impulse desde los Consejos. El progreso y la velocidad de la transición requerirán la corresponsabilidad de gobiernos, empresas, inversionistas y sociedad. En ese esfuerzo colectivo, los Consejos de Administración tienen la oportunidad de convertirse en un acelerador decisivo.
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Nota del editor: Jimena Marván es Directora Ejecutiva del Capítulo Cero México de la Iniciativa de Gobernanza Climática del Foro Económico Mundial. Síguela en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora.
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