Este crecimiento está respaldado por un cambio en el comportamiento del consumidor. Según la encuesta global sobre la voz del consumidor 2024 de PwC, el 85% de los consumidores ya experimenta los efectos disruptivos del cambio climático en su vida cotidiana, por lo que está dispuesto a pagar hasta un 10% más por productos que prioricen la sustentabilidad en su diseño y producción. En ese contexto, los bioplásticos se han posicionado como una opción atractiva, aunque no exenta de retos.
¿Realmente son sustentables? Ventajas y limitaciones
Aunque los bioplásticos prometen reducir la huella ambiental del plástico convencional, su sustentabilidad real depende de múltiples factores: desde el tipo de materia prima utilizada hasta el manejo de residuos al final de su vida útil. En teoría, los bioplásticos biodegradables pueden descomponerse en condiciones industriales específicas, pero si terminan en vertederos o en el océano, pueden comportarse igual que un plástico tradicional.
Estudios como el elaborado por investigadores de la Universidad de Plymouth en 2020, han demostrado que incluso bolsas etiquetadas como biodegradables permanecen intactas tras años en ambientes naturales, lo que genera dudas sobre su efectividad real fuera de entornos controlados.
En términos de innovación, los llamados materiales “drop-in” -como el bio-PE o el bio-PET- permiten reemplazar polímeros derivados del petróleo por equivalentes de origen vegetal, sin necesidad de modificar los procesos industriales ni los flujos de reciclaje. Sin embargo, esta facilidad técnica no elimina los desafíos ambientales. El PLA (ácido poliláctico), por ejemplo, uno de los bioplásticos más producidos, requiere compostaje industrial para degradarse adecuadamente, pero estas instalaciones aún son escasas en muchas regiones del mundo.