La IA tiene usos y aplicaciones en diferentes sectores; por ejemplo, ayuda en el monitoreo del clima, analiza nuevos patrones y gestiona los sistemas agrícolas para cumplir con los obstáculos climáticos existentes; optimiza la generación, distribución y consumo de energía; los sistemas de visión por computadora y aprendizaje automático identifican y clasifican materiales para reciclar de forma precisa y rápida; optimiza rutas y cadenas de suministro, reduciendo así el consumo de combustible y las emisiones de gases de efecto invernadero; y también facilita el monitoreo de ecosistemas y especies en peligro, entre otros múltiples usos.
Sin embargo, esta herramienta también se considera un arma de doble filo, debido a la cantidad de recursos que necesitan los centros de datos, pues los servidores de IA cada año producen entre 1.2 a 5 millones de toneladas métricas de desechos electrónicos, consumen cerca de 6,000 millones de metros cúbicos de agua (la mitad del consumo que tiene Reino Unido), dependen de minerales críticos y elementos raros, que a menudo se extraen de manera insostenible y además, utilizan 1.5% del consumo eléctrico del mundo, lo que estimula la emisión de gases de efecto invernadero que calientan el planeta, según datos de la Agencia Internacional de Energía (AIE), MIT Technology Review e Hyscaler.
“Aún hay mucho que desconocemos sobre el impacto ambiental de la IA, algunos de los datos que tenemos son preocupantes. Debemos asegurarnos de que el efecto neto de la IA en el planeta sea positivo antes de implementar la tecnología a gran escala”, afirmó Sally Radwan, directora digital del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA).
Por ello, el WEF incentiva a las empresas y a los gobiernos a marcar la diferencia adoptando un sistema de seguimiento integral sobre los efectos que tienen sobre el medio ambiente y aplicar cada vez más soluciones que ayuden a ser más eficientes para el uso de energías limpias.