El esfuerzo no partió en condiciones ideales. “Nosotros quisimos empezar a trabajar en esto que era necesario, pero con los inconvenientes que puede haber a veces, pues no vienes arropado por todo un plan de infraestructura del gobierno, con incentivos y demás”, cuenta Rosa María Sánchez, directora de la Canipec.
Así que la cámara comenzó en 2020 a construir su plan de economía circular y manejo de residuos post-consumo para minimizar la generación y priorizar la valorización.
El modelo que impulsa Canipec tiene como eje los residuos post-consumo, particularmente los plásticos. “De hecho, tenemos varios materiales, pero al hacer el análisis de porcentajes de uso nos dimos cuenta que teníamos que empezar y centrarnos en HDPE, polipropileno y PET. Esos son los más relevantes”, explica Sánchez.
Desde la creación del Grupo Empresarial en Economía Circular (GESI), que hoy reúne a 20 compañías, la cámara ha logrado acopiar 14,547 toneladas de residuos plásticos y establecer más de 13 alianzas con recicladores, centros de acopio y municipios en estados como Ciudad de México, Estado de México, Yucatán, Sinaloa y Quintana Roo.
El volumen aún es modesto frente a la magnitud del problema. De acuerdo con datos de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), México genera más de 44 millones de toneladas de residuos sólidos urbanos cada año, de los cuales al menos el 11% son plásticos. Y, según Greenpeace, apenas el 6% de estos plásticos logra reciclarse efectivamente.
La estrategia de Canipec busca avanzar de manera gradual. Actualmente, según cálculos de la cámara, entre 10% y 15% del plástico que las empresas ponen en el mercado se recupera.
“Lo vamos subiendo poco a poco porque sabemos que no se puede sustituir todo de golpe. No existe la tecnología, no existen las calidades y además los pellets reciclados siguen siendo más caros que la resina virgen”, reconoce la directora.
Y es precisamente el costo uno de los obstáculos centrales. El Banco Mundial señala que en América Latina los materiales reciclados pueden ser entre 20% y 30% más caros que los vírgenes, lo que desincentiva a muchas empresas a incorporarlos. Sin incentivos fiscales o inversión pública en infraestructura, la transición depende en gran medida de la voluntad del sector privado.
“Si hubiera un incentivo del gobierno, de que se promueva la creación de cadenas de valor para otros plásticos, esto se aceleraría muchísimo. Pero si no tienes quién compre, quién transforme o quién regule, entonces eso se vuelve basura y no tiene valor”, comenta Sánchez.