Uno de los temas centrales de la cumbre fue la financiación climática, un punto crítico desde que se prometieron los 100,000 millones de dólares anuales para apoyar a los países en desarrollo en su adaptación al cambio climático. Aunque en Bakú se plantearon metas más ambiciosas, las negociaciones fueron arduas y estuvieron empañadas por desacuerdos sobre las responsabilidades de países como China y la falta de claridad respecto al liderazgo de economías clave. Estos desacuerdos no solo frenan la acción climática, sino que también subrayan la desconexión entre las promesas globales y las acciones reales.
La transición energética fue otro de los temas principales. En un contexto donde las energías limpias son más necesarias que nunca, las discusiones giraron en torno a cómo acelerar el abandono de los combustibles fósiles. Sin embargo, los intereses de los países productores de petróleo chocaron con los de aquellas naciones que abogan por una descarbonización más rápida. La falta de consenso evidenció las profundas diferencias entre las prioridades nacionales y la urgencia de establecer compromisos más sólidos que permitan avanzar hacia una transición energética justa y efectiva.
Otro elemento notable fue la ausencia de figuras clave en la COP29, como los líderes de Estados Unidos, Rusia y China, cuya falta de representación afectó la dinámica de las negociaciones. La reelección de Donald Trump en Estados Unidos generó incertidumbre sobre el futuro de este país en el Acuerdo de París, complicando aún más las discusiones sobre financiación y reducción de emisiones. En este contexto, la cumbre reflejó el impacto de las tensiones geopolíticas en el progreso climático y la necesidad de un liderazgo global más consistente.
A pesar de estos desafíos, la COP29 también ofreció una visión esperanzadora. Las discusiones resaltaron el potencial de la colaboración público-privada y el papel central que pueden desempeñar las empresas en la implementación de soluciones climáticas. Mientras los gobiernos luchan por alcanzar acuerdos, el sector privado tiene la capacidad de movilizar capital, innovar y liderar la transición hacia prácticas sostenibles. Este enfoque colaborativo no solo es necesario, sino urgente, para cerrar la brecha entre las metas climáticas y las acciones concretas.
Aquí es donde los criterios ESG (ambientales, sociales y de gobernanza, por sus siglas en inglés) cobran un papel esencial. Incorporar estos estándares en las estrategias empresariales no solo es clave para medir y gestionar los impactos ambientales, sino también para asegurar que las empresas operen con transparencia, equidad y responsabilidad social. Los ESG son, en esencia, una hoja de ruta para construir modelos de negocio resilientes, éticos y alineados con las demandas de un mundo en transición.