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La justicia social. Desafiar la indiferencia estructural

El cambio sistémico requiere el compromiso activo y a largo plazo de las empresas, pero también de gobiernos, agentes sociales y comunidades para generar transformaciones estructurales sostenibles.
mié 12 febrero 2025 06:02 AM
La justicia social. Desafiar la indiferencia estructural
Cada decisión que tomamos, ya sea grande o pequeña, puede ser el comienzo de una transformación profunda, considera Beatriz Vila.

La justicia social no es caridad, es la convicción de que toda persona merece vivir con dignidad, en igualdad de oportunidades y con pleno respeto a sus derechos.

Esto nos exige mirar más allá de lo evidente, cuestionar estructuras que perpetúan desigualdades y actuar para redistribuir de forma justa la riqueza. Solo así podremos construir sociedades verdaderamente justas y sostenibles.

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Una realidad que incomoda

Hablar de justicia social es reconocer que las desigualdades tienen rostros y nombres. Pensemos en John, un joven afroamericano en Estados Unidos que enfrenta barreras invisibles en el mercado laboral debido a prejuicios raciales. En Laila, una refugiada siria que abandonó su hogar por inundaciones provocadas por el cambio climático, y que enfrenta las barreras lingüísticas y culturales en Europa. O también en Fernanda, una profesional en México que, a pesar de estar altamente cualificada, encuentra dificultades para ascender en su carrera por su género.

Estas historias pueden parecernos alejadas de nuestra realidad, pero reflejan sistemas que operan de manera invisible y silenciosa, impactando profundamente en las oportunidades, derechos y en las vidas de las personas. También nos recuerdan que las desigualdades no son problemas aislados, sino maneras estructurales de pensar que se hacen presentes en todos los ámbitos, incluido el mundo corporativo.

El cambio comienza cuando dejamos de aceptar que las “cosas son así”, o que “esto no va conmigo”, y comenzamos a cuestionarnos activamente. Desde mi experiencia, he aprendido que no hay soluciones simples, pero sí comportamientos esenciales:

- Escuchar lo incómodo: las historias de quienes enfrentan desigualdades son un espejo de una realidad que no vemos o no queremos ver. Escuchar, sin defensas, es el primer paso para entender y empatizar.

- Redistribuir poder, no solo los recursos: no basta con dar, es necesario crear espacios donde quienes han sido excluidos puedan diseñar y liderar soluciones. Por ejemplo, incluir activamente a comunidades locales en el diseño de estrategias de impacto social o en el campo corporativo para fomentar la participación de grupos subrepresentados en decisiones estratégicas, a través de mentorías inversas o comités de diversidad con capacidad real de influir en políticas de las organizaciones.

- Las empresas como agentes de cambio: como actores influyentes dentro del sistema, debemos dejar de ser observadores pasivos y asumir un papel activo en la transformación de las estructuras sociales. Más allá de generar valor económico, tenemos la responsabilidad de crear valor compartido para accionistas, colaboradores, proveedores, clientes y la sociedad en general.

Como dice Yvon Chouinard, fundador de Patagonia: “Para hacer el bien hay que hacer algo”. Este compromiso exige un cambio radical en la mentalidad empresarial: pasar de la responsabilidad social al valor compartido integrado profundamente en el modelo de negocio, la estrategia y la forma en la que operamos día con día.

Algunas áreas clave de acción podrían incluir las siguientes:

1. Nuestro equipo: promover el talento, la diversidad y el bienestar laboral en nuestros equipos, fomentando la empleabilidad, la seguridad, y los espacios laborales inclusivos. Esto incluye implementar políticas de contratación diversa y de gestión en los equipos, así como la eliminación de brechas salariales o el pago de salarios justos.

2. Nuestro planeta: adoptar principios y prácticas de sostenibilidad que reduzcan el impacto de nuestra actividad en el medio ambiente. Estos principios (aterrizados y monetizados) deben integrarse en la toma de decisiones estratégicas de manera tangible y medible.

3. La comunidad: impulsar iniciativas comunitarias y fortalecer alianzas estratégicas para desarrollar proyectos que generen valor compartido. Un ejemplo inspirador de este último punto es la capacitación de mujeres de familia en riesgo de exclusión, dotándolas de los recursos necesarios para el desarrollo de sus negocios, promoviendo su independencia económica y fortaleciendo sus comunidades

¿Y qué más podemos hacer?

El cambio sistémico requiere el compromiso activo y a largo plazo de las empresas, pero también de los gobiernos, agentes sociales y comunidades para generar transformaciones estructurales sostenibles. Sin una visión compartida y alianzas conjuntas entre estos actores, será difícil promover una justicia social efectiva y por tanto a largo plazo.

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Sin embargo, nuestras acciones individuales también importan. No como actos aislados, sino como piezas que refuerzan un cambio sistémico. Cada elección que hacemos, desde apoyar marcas responsables hasta cuestionar nuestros propios sesgos, contribuye a un entorno más equitativo. Reflexionar sobre nuestras decisiones diarias y exigir responsabilidad a las empresas y gobiernos es una forma de multiplicar el impacto colectivo.

En conclusión: la justicia social no es una meta fija, sino un proceso continuo que nos desafía, como mencionamos antes, a ejercicios tan complejos como escuchar lo incómodo, cuestionar lo establecido y actuar con valentía. Cada decisión que tomamos, ya sea grande o pequeña, puede ser el comienzo de una transformación profunda.

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Nota del editor: Beatriz Vila es country manager de Ferrer en México. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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