Cuando hablamos de ciudades sostenibles casi siempre pensamos en metros cuadrados, inversión o mobiliario urbano. Y sí, todo eso importa. Pero la verdadera diferencia entre un espacio vivo y uno que vuelve al abandono pocas semanas después no está en el cemento, sino en la gente que lo habita.
Espacios públicos sostenibles, ¿por qué la comunidad es el mejor aliado?

La co-creación comunitaria parte de algo muy básico: los espacios no se hacen para la comunidad, se hacen con la comunidad. Parece un matiz menor, pero cambia todo. Cuando las personas participan en decidir cómo se usará un parque, qué símbolos lo representan o qué actividades caben en él, se genera un vínculo de pertenencia que ninguna obra por sí sola puede garantizar.
La evidencia lo respalda. En proyectos de recuperación en México, se ha visto que, cuando los vecinos se involucran desde el inicio, el uso del espacio aumenta alrededor de 25%. Incluso la percepción de seguridad sube hasta un 38%. No es casualidad: un lugar ocupado, cuidado y sentido como propio se convierte, de forma natural, en un espacio más seguro.
Otro factor clave es incluir voces diversas. Mujeres, niñas, jóvenes… cuando participan en el diseño, los resultados cambian. Se amplía el rango de actividades, se incrementa la presencia femenina en deportes y talleres culturales, y se multiplican las posibilidades de convivencia. En algunos casos, la participación de niñas en actividades deportivas creció 15% tras intervenciones donde ellas mismas tuvieron voz en el diseño.
También están los datos de escala. En los últimos años se han recuperado decenas de miles de metros cuadrados de espacios comunitarios en México, beneficiando a millones de personas en más de cien localidades. Más allá de los números, lo que estos proyectos muestran es que, sin comunidad, no hay sostenibilidad posible.
Porque al final lo importante no es cortar un listón. Es lo que pasa después. La verdadera prueba comienza cuando el parque, la cancha o la plaza vuelven a la vida diaria. Ahí se ve si la comunidad se organiza para mantenerlos, activarlos, apropiarse de ellos. Esa continuidad es la que convierte una intervención en un legado.
Y frente a los grandes retos que tienen nuestras ciudades —desigualdad, inseguridad, fragmentación social— la infraestructura no basta. Lo que realmente cambia la ecuación es la confianza, el tejido social y la corresponsabilidad que nacen cuando las personas construyen juntas.
Un espacio público transformado no debería medirse solo en metros cuadrados rehabilitados. Debería medirse en algo menos tangible, pero más profundo: el orgullo de quienes lo usan, la pertenencia que despierta, la esperanza que genera. Eso es lo que mantiene vivo a un lugar.
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Nota del editor: Mai Hernández es Directora de Asuntos Públicos, Comunicación e Impacto Social de Comex. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora.
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