El dato adquiere relevancia porque las cadenas de suministro concentran el núcleo del impacto empresarial. Según el estudio, entre 80% y 90% de las emisiones de gases de efecto invernadero provienen de proveedores y procesos productivos, al tiempo que millones de trabajadores dependen de estas cadenas para su estabilidad económica.
Esto muestra que la sostenibilidad no puede reducirse a indicadores ambientales. Una cadena que descuida la dimensión social puede avanzar en métricas climáticas, pero seguirá siendo vulnerable frente a riesgos laborales, tensiones comunitarias o pérdida de confianza en el mercado.
El riesgo de relaciones desiguales
El WRI señala que cerca de 90% de las metas revisadas se diseñan bajo esquemas de presión hacia los proveedores, principalmente a través de exigencias de cumplimiento. Menos de 10% incorpora un enfoque de colaboración orientado a beneficios compartidos.
Este desequilibrio es relevante porque gran parte de las cadenas globales está compuesta por pequeñas y medianas empresas. Estas operan con márgenes reducidos y con menor acceso a financiamiento, tecnología o capacidades técnicas.
La transferencia de responsabilidades hacia proveedores sin apoyo suficiente puede generar exclusión de actores pequeños, precarización laboral o debilitamiento de comunidades. Esta dinámica no solo afecta a los proveedores, también incrementa los riesgos para las empresas compradoras que dependen de ellos.
Cuando un proveedor no logra adaptarse, las consecuencias pueden ser interrupciones en el suministro, pérdida de calidad o retrasos que afectan la capacidad de cumplir compromisos climáticos. En ese sentido, la desigualdad en la cadena es también un riesgo estratégico para las corporaciones.
Una agenda centrada en las personas
El informe propone replantear el diseño de metas de sostenibilidad mediante tres preguntas. La primera es quiénes son los más afectados por la transición hacia cadenas sostenibles. La segunda es qué beneficios reciben proveedores y trabajadores al participar en esos cambios. La tercera es dónde conviene invertir para generar ventajas mutuas.
De acuerdo con la investigación, ya existen experiencias que demuestran cómo este enfoque puede aplicarse.
Mars colaboró con agricultores de menta en India y logró incrementar ingresos y productividad. Tony’s Chocolonely en África impulsa un modelo de trazabilidad y precios justos en el cacao, compartido con otras empresas para ampliar su alcance. IKEA facilitó a sus proveedores el acceso a energía renovable a través de acuerdos colectivos. En el sector textil, el Apparel Impact Institute creó un fondo de 250 millones de dólares para financiar mejoras en fábricas con resultados tanto ambientales como sociales.
Estos ejemplos muestran que integrar la dimensión social en las metas no constituye un costo adicional. Se trata de una estrategia para fortalecer la resiliencia de las cadenas, mejorar la continuidad operativa y reforzar la competitividad en mercados donde la presión regulatoria y de inversionistas es cada vez mayor.