En los últimos 50 años hemos perdido más de la mitad de las especies del planeta. Para muchos, esta pérdida de biodiversidad puede parecer un tema distante, una crisis ambiental alejada de nuestra vida cotidiana o de nuestros negocios. Sin embargo, la realidad es mucho más profunda: la pérdida de biodiversidad es una crisis de humanidad. No estamos solo hablando de la extinción de especies; estamos atentando contra los sistemas que sostienen nuestra vida.
Conservar la naturaleza, un negocio personal
La biodiversidad es el tejido que une el agua que bebemos, los alimentos que consumimos y el equilibrio que permite que la economía florezca. La naturaleza no es solo un recurso; es un reflejo de nuestra conexión más profunda con la vida.
Proteger la naturaleza es, en su esencia, un acto de solidaridad con nosotros mismos y con el futuro de todas las especies. Este compromiso va más allá de lo que se puede medir en beneficios financieros; debería ser un negocio personal para cada uno de nosotros.
Además de esta dimensión humana, la conservación de la biodiversidad representa una oportunidad de inversión única. Paul Polman, CEO de Net Positive, señala que cada dólar invertido en la protección de la naturaleza puede generar un retorno de 9. Sin embargo, a pesar de esta rentabilidad evidente, enfrentamos una brecha de financiamiento masiva para cumplir los compromisos del Acuerdo de Montreal firmado en 2022.
Para lograr sus ambiciosos objetivos de proteger al menos el 30% de las áreas terrestres y marítimas para 2030, se estima que se necesita una inversión anual de entre 500,000 millones y 700,000 millones de dólares adicionales, una meta que hasta ahora está muy lejos de alcanzarse, pues no hemos podido llegar los 20,000 millones comprometidos en 2022.
La última Conferencia de Biodiversidad en Cali, la COP16, puso en evidencia la falta de compromiso y financiamiento, así como la ausencia de una participación más activa del sector privado para llenar esta brecha crucial.
Proteger la naturaleza es una tarea urgente que nos concierne a todos. Somos parte del problema, pero también de la solución. El “Fondo de Cali”, establecido en la última cumbre, es un paso importante hacia un financiamiento sostenible, pues obliga a las empresas que utilizan secuencias digitales de recursos genéticos a contribuir a las comunidades locales e indígenas que protegen estos recursos.
La cumbre en Cali demostró el impacto económico positivo de la conservación de la biodiversidad en el desarrollo local, atrayendo a más de 600,000 visitantes y revitalizando la economía de la ciudad.
Este tipo de iniciativas muestra cómo la protección de la biodiversidad puede ser un modelo de negocio que beneficia tanto a la naturaleza como a la prosperidad de nuestras comunidades. En Cali también se aprobó un documento que insta a las partes a garantizar la participación de las comunidades indígenas en iniciativas de protección de la biodiversidad, reconociendo sus conocimientos tradicionales como esenciales en la conservación de los ecosistemas.
Este acuerdo representa una gran oportunidad para México, uno de los países con mayor riqueza en biodiversidad, que también alberga a uno de los mayores números de grupos indígenas en América Latina, con más de 60 pueblos reconocidos oficial y cerca de 7 millones de hablantes de lenguas indígenas. Estos pueblos poseen conocimientos ancestrales sobre el manejo de la tierra, el agua y los recursos naturales, lo cual contribuye de manera esencial a la conservación de los ecosistemas.
Muchos territorios indígenas coinciden con áreas de alta biodiversidad, como las selvas en el sureste, los bosques en la Sierra Madre y las zonas costeras, que resguardan especies endémicas y recursos vitales. En la práctica, los pueblos indígenas gestionan y protegen la mitad de las áreas forestales del país, jugando un rol crucial en la mitigación del cambio climático y la preservación de los servicios ecosistémicos.
Su cosmovisión y formas de vida, que se basan en un equilibrio respetuoso con la naturaleza, contrastan con prácticas extractivistas que han sido perjudiciales para el medio ambiente.
En nuestro país, hemos privilegiado la construcción de obras de infraestructura, como Dos Bocas y el Tren Maya, sin consulta adecuada y la violencia derivada de la defensa de los territorios indígenas. También apostamos al crecimiento desmedido de las áreas urbanas bajo la falsa bandera de un desarrollo aparentemente beneficioso “para el pueblo”, aunque solo enriquece a unos cuantos y compromete los recursos naturales de los que dependemos todos.
Esto no solo es responsabilidad del gobierno, sino de las empresas que hacen un negocio con la expansión infinita de actividades que atentan contra la naturaleza, y de los ciudadanos que no nos indignamos y movilizamos frente a estas aberraciones.
Apelo a los líderes empresariales no tanto como empresarios sino como seres humanos, como padres, hermanos e hijos, a sumarnos y a usar su poder de convertir la protección de la naturaleza en una prioridad. De construir con la sociedad una economía que no solo respete la vida, sino que prospere en armonía con ella.
Convertir la protección de la naturaleza en un negocio personal es invertir en un futuro, y reconocer que, en última instancia, todos estamos conectados por el mismo tejido de vida. La pregunta es: ¿vale la pena maximizar las ganancias mientras destruimos nuestra fuente de vida y la de nuestros hijos?
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Nota del editor: Isabel Studer es Presidenta de Sostenibilidad Global. Síguela en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora.
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