Al mismo tiempo, en Europa, se han implementado ajustes regulatorios con el objetivo de reducir la carga administrativa de las empresas. El Paquete Ómnibus de Simplificación ha debilitado la aplicación de normativas clave como la CSRD (Corporate Sustainability Reporting Directive) y la CSDDD (Corporate Sustainability Due Diligence Directive), reduciendo los requisitos de transparencia y monitoreo de impactos en la cadena de suministro.
Estos cambios han provocado ajustes estratégicos en diversas empresas y sectores. En Estados Unidos, gestoras de activos han reducido su participación en iniciativas climáticas, mientras que algunas compañías han optado por suavizar su discurso público sobre ESG para evitar verse envueltas en debates políticos. En Europa, aunque muchas empresas ven con alivio la reducción de cargas burocráticas, otras advierten que una menor regulación podría debilitar la confianza de inversionistas y consumidores.
Sin embargo, a pesar de estos movimientos y del ruido mediático que los rodea, las razones que han llevado a la sostenibilidad a ser un pilar estratégico en las empresas siguen intactas. Más allá de la ideología, la sostenibilidad no es un tema de narrativas, sino una cuestión de gestión de riesgos y competitividad.
Más que ESG. La sostenibilidad integrada en la estrategia empresarial
El ataque político y regulatorio contra ESG ha llevado a muchas empresas a cambiar su forma de comunicar sus estrategias, pero no a abandonarlas. En lugar de centrarse en etiquetas que pueden generar controversia, están integrando la sostenibilidad dentro de sus modelos de negocio de manera más estructural y discreta.
Esta evolución responde a una realidad innegable: las empresas operan en un mundo donde el cambio climático, la inestabilidad energética y la presión de los consumidores e inversionistas son factores ineludibles. La disrupción en las cadenas de suministro por eventos climáticos extremos sigue en aumento, la volatilidad en los precios de la energía impacta la rentabilidad de sectores industriales clave, y la transición hacia modelos más sostenibles continúa siendo una prioridad en los mercados internacionales.
En este contexto, ignorar la sostenibilidad no es una opción viable. Las empresas que dejen de considerar estos factores en sus estrategias enfrentarán mayores riesgos financieros, operacionales y reputacionales. No se trata de una postura ideológica, sino de una cuestión de viabilidad a largo plazo.
Además, la presión no proviene únicamente de regulaciones gubernamentales. Los grandes inversionistas, las entidades financieras y los consumidores exigen cada vez más que las empresas adopten prácticas responsables. El acceso a financiamiento, la confianza del mercado y la estabilidad operativa dependen de la capacidad de las compañías para integrar la sostenibilidad en su modelo de negocio.
Un mercado global que avanza con o sin consenso político
Mientras en Estados Unidos algunos sectores intentan desacreditar ESG y Europa reevalúa sus regulaciones, otras regiones continúan fortaleciendo sus compromisos en sostenibilidad. China ha incrementado significativamente su inversión en energías limpias y manufactura sostenible, mientras que India ha endurecido su regulación ambiental y promovido incentivos para acelerar la transición hacia fuentes renovables.
Estos países no están impulsando la sostenibilidad por razones ideológicas, sino porque reconocen que es un pilar para el crecimiento económico, la competitividad industrial y la seguridad energética. En un mundo donde la dependencia de combustibles fósiles es un riesgo financiero y geopolítico, garantizar la transición hacia modelos de negocio más resilientes es una decisión estratégica, no un debate cultural.
A nivel financiero, aunque algunos grandes gestores de activos han reducido su exposición pública a iniciativas ESG, siguen considerando la sostenibilidad como un factor clave en su evaluación de riesgos. Los fondos soberanos, los bancos de inversión y las aseguradoras han dejado claro que los impactos ambientales y sociales afectan la rentabilidad y estabilidad de las empresas, independientemente de cómo se etiqueten.
La fragmentación regulatoria global puede hacer que la adaptación a distintos marcos normativos sea más compleja, pero no elimina la necesidad de actuar. Las empresas que operan en múltiples mercados deben encontrar maneras de cumplir con expectativas divergentes sin comprometer su posicionamiento ni su acceso a capital.