Un análisis reciente publicado en The Wall Street Journal sugiere un cambio en la forma en que los inversionistas se refieren a los criterios ESG (ambientales, sociales y de gobernanza). En Estados Unidos, términos como "resiliencia" y "adaptación" están cobrando protagonismo, desplazando progresivamente la referencia explícita a los criterios ESG en estrategias de inversión y gestión de riesgos.
De ESG a resiliencia. Un cambio en la narrativa de la inversión sostenible

Este cambio en la terminología no significa que la sostenibilidad haya perdido importancia. Al contrario, reafirma que la gestión de riesgos ambientales y sociales sigue siendo clave para la estabilidad y competitividad de las empresas. Lo que está ocurriendo es una adaptación del lenguaje, impulsada por dinámicas políticas y económicas que han convertido los factores ESG en un concepto cada vez más polarizado en el debate público.
El declive de los factores ESG
Desde su adopción generalizada, los criterios ESG han sido criticados por su falta de precisión y la dificultad de su aplicación práctica. Aunque han servido como un marco amplio para evaluar la sostenibilidad empresarial, su falta de una metodología clara ha generado escepticismo entre inversionistas y ejecutivos.
Esta falta de claridad ha sido similar a lo ocurrido con DEI (diversidad, equidad e inclusión), otro concepto que ha enfrentado resistencia y ajustes en su posicionamiento. En ambos casos, la ambigüedad en sus definiciones ha permitido interpretaciones muy amplias, lo que ha dificultado su integración efectiva en la estrategia empresarial.
El contexto político también ha influido en este cambio de narrativa. Con la reelección de Donald Trump, la retórica contra las inversiones sostenibles se ha intensificado. Una de sus primeras acciones al regresar a la Casa Blanca fue firmar una orden ejecutiva para retirar nuevamente a Estados Unidos del Acuerdo de París.
En este entorno, algunas grandes corporaciones han reducido su participación en iniciativas climáticas globales. Empresas como BlackRock, JPMorgan y Goldman Sachs han abandonado alianzas como la Net Zero Asset Managers Initiative, aunque aseguran que seguirán integrando criterios ambientales y sociales en sus modelos de inversión.
El auge de la resiliencia, un enfoque pragmático para la gestión de riesgos
Para evitar quedar atrapadas en la polarización política, muchas empresas han comenzado a reformular su discurso. En lugar de hablar de los factores ESG, han optado por enfatizar la resiliencia, un concepto que pone el foco en la capacidad de adaptación y continuidad operativa ante riesgos climáticos, económicos y regulatorios.
El término "resiliencia" ha sido adoptado por actores clave como BNP Paribas, Standard Chartered y DP World, quienes destacan su compromiso con la gestión de riesgos y la preparación ante eventos disruptivos. Este enfoque resulta más difícil de cuestionar, ya que está vinculado directamente con la estabilidad financiera y operativa.
Más allá del lenguaje, los datos muestran que la inversión en sostenibilidad sigue siendo una prioridad. En 2024, el financiamiento para la transición energética alcanzó 2 billones de dólares, con un fuerte impulso en sectores como la movilidad eléctrica y la infraestructura sostenible.
Los riesgos climáticos continúan siendo una preocupación central para los inversionistas. Según la International Chamber of Commerce, en la última década, los eventos climáticos extremos han causado pérdidas económicas por más de 2 billones de dólares. Las empresas han respondido a esta realidad con estrategias que fortalecen su infraestructura y cadenas de suministro.
Un ejemplo de ello es DP World, que ha realizado estudios para evaluar el impacto del clima en sus operaciones portuarias. Con base en esos análisis, ha adaptado su infraestructura para enfrentar temperaturas más altas, lluvias intensas y otros fenómenos adversos que podrían afectar sus operaciones.
El sector financiero también ha respondido a esta evolución con nuevos instrumentos de inversión. Bonos de resiliencia, financiamiento vinculado a desempeño ambiental y modelos de inversión en adaptación climática están ganando tracción. Standard Chartered ha desarrollado guías especializadas para atraer más capital hacia proyectos diseñados para fortalecer la resistencia de las empresas ante crisis climáticas y regulatorias.
Hacia un enfoque basado en resultados y métricas claras
Más allá del cambio de terminología, el reto real para las empresas radica en demostrar el impacto tangible de sus estrategias de sostenibilidad. La falta de estándares unificados ha sido una de las principales críticas hacia los factores ESG, por lo que ahora se exige mayor precisión en la medición de resultados.
En este sentido, las empresas deben enfocar su discurso en datos concretos en lugar de depender de etiquetas generales. La clave será demostrar cómo sus inversiones en eficiencia energética, reducción de emisiones y adaptación climática generan beneficios financieros y reducen riesgos operativos.
Para lograrlo, es fundamental adoptar un enfoque estructurado en la comunicación de sostenibilidad. Esto implica presentar estrategias como herramientas de gestión de riesgos y generación de valor, en lugar de compromisos abstractos de responsabilidad social.
También es crucial alinear las inversiones con métricas financieras y operativas que justifiquen su impacto. Modelos de evaluación de riesgo climático y financiero pueden ayudar a las empresas a anticiparse a posibles crisis y optimizar la asignación de capital.
La transparencia y la rendición de cuentas serán cada vez más relevantes. Con la evolución del mercado, los inversionistas buscan metodologías más claras para evaluar el desempeño de las empresas en criterios ambientales y sociales. Esto requerirá la adopción de estándares más rigurosos para medir el impacto de cada iniciativa.
El desplazamiento de los factores ESG no significa que la sostenibilidad esté perdiendo relevancia, sino que está evolucionando hacia un enfoque más pragmático y alineado con la gestión de riesgos. La resiliencia ha emergido como un concepto que refleja mejor las preocupaciones actuales de las empresas e inversionistas.
El verdadero desafío para las organizaciones no es la terminología utilizada, sino la capacidad de integrar la sostenibilidad en su modelo de negocio de manera efectiva y medible. La optimización del consumo energético, la reducción de emisiones y la preparación ante riesgos climáticos deben traducirse en beneficios operativos y financieros claros.
Aquellas empresas que logren comunicar su estrategia con un enfoque basado en resultados concretos tendrán una ventaja competitiva en el entorno actual. La clave estará en demostrar que la sostenibilidad no es solo una tendencia o un ejercicio de cumplimiento, sino un elemento central en la viabilidad del negocio a largo plazo.
El lenguaje puede seguir cambiando, pero la importancia de integrar criterios ambientales y sociales en la toma de decisiones seguirá siendo un factor determinante para la competitividad de las empresas. Lo que realmente importa no es cómo se etiquetan estas estrategias, sino su impacto real en la estabilidad y el crecimiento empresarial.
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Nota del editor: Antonio Vizcaya Abdo, consultor en distintas organizaciones y profesor en la Universidad Nacional Autónoma de México enfocado en Sostenibilidad Corporativa. Reconocido por LinkedIn como Top Voice en Sostenibilidad. Síguelo en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.
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