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¿Qué es la calima y cuáles son sus consecuencias para la calidad del aire y la salud pública?

Este fenómeno, aunque muchas veces interpretado como un episodio de contaminación industrial, responde en realidad a un proceso atmosférico natural.
mié 26 noviembre 2025 05:55 AM
Mala calidad Aire Monterrey
El polvo en suspensión contribuye al aumento inusual de las concentraciones de partículas PM10, y su presencia en la atmósfera ha sido vinculada con trastornos respiratorios y cardiovasculares, conjuntivitis, meningitis meningocócica e irritaciones de la piel, apunta José Alberto Cruzado Martínez. (Gabriela Pérez Montiel/Cuartoscuro)

Durante los meses fríos, especialmente entre noviembre y enero, es común observar una nata rojiza suspendida en el aire sobre el Área Metropolitana de Monterrey (AMM), particularmente en las zonas norte y oriente de la ciudad. Este fenómeno, aunque muchas veces interpretado como un episodio de contaminación industrial, responde en realidad a un proceso atmosférico natural conocido como calima.

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La calima consiste en la presencia de grandes cantidades de partículas en suspensión que han sido transportadas por el viento desde superficies desprovistas de vegetación. Se trata de polvo de origen crustal, emitido directamente desde la superficie de la tierra hacia la atmósfera. El fenómeno es impulsado por condiciones meteorológicas específicas, como anticiclones y borrascas, que generan ráfagas de viento capaces de levantar materiales finos desde terrenos áridos o erosionados. Es un proceso ampliamente documentado en regiones como España, Francia, y en estados semiáridos de Estados Unidos, como Nuevo México y Arizona, donde tanto las autoridades como la población reconocen la relación entre el entorno físico y este tipo de eventos.

Más allá del impacto visual, la calima conlleva consecuencias relevantes para la calidad del aire y la salud pública. El polvo en suspensión contribuye al aumento inusual de las concentraciones de partículas PM10, y su presencia en la atmósfera ha sido vinculada con trastornos respiratorios y cardiovasculares, conjuntivitis, meningitis meningocócica e irritaciones de la piel. Además, reduce la visibilidad e interviene en el transporte a larga distancia de metales traza, compuestos orgánicos y bacterias.

Para que se produzca esta re-suspensión en terrenos áridos, las velocidades del viento deben alcanzar al menos los 15 kilómetros por hora. En el caso específico del AMM, durante los días 13, 14 y 15 de noviembre se registraron ráfagas desde primeras horas del día que oscilaron entre 10 y hasta 30 kilómetros por hora, lo que coincide con los pronósticos meteorológicos de esos días. En paralelo, el patrón de viento dominante durante la mañana mantuvo velocidades promedio entre 3 y 7 kilómetros por hora, condición suficiente para movilizar partículas provenientes del oriente y sureste del área metropolitana.

Estas condiciones explican las excedencias en los niveles de PM10 registradas en las estaciones ubicadas en el oriente y nororiente de la ciudad, particularmente hacia el mediodía. A diferencia de lo que ocurre en contextos urbanos donde predominan aerosoles de origen antropogénico —y en los que la relación entre partículas PM10 y PM2.5 suele estar cerca de 2—, en estos eventos se observa una razón significativamente mayor. En noviembre, el valor registrado fue de 125 microgramos por metro cúbico de PM10 contra 28.6 de PM2.5, lo que arroja una relación de 4.37, propia de ambientes donde predomina el polvo natural.

Este indicador permite diferenciar entre partículas generadas por la actividad humana y aquellas de origen natural. Si bien es cierto que en las ciudades existen otras fuentes de polvo, como los caminos sin pavimentar o las obras de construcción, estas no explican los picos de concentración ni su comportamiento asociado a las ráfagas de viento.

El fenómeno se agrava en la temporada invernal debido a la presencia de capas de inversión térmica y bajas alturas de mezclado, lo que favorece la acumulación de contaminantes, tanto naturales como antropogénicos. Sin embargo, atribuir de manera sistemática estos eventos a fuentes fijas, como las pedreras o instalaciones industriales del AMM, resulta no solo impreciso, sino contraproducente. En particular, responsabilizar a la industria extractiva, cuya superficie descubierta es mínima en comparación con las vastas zonas áridas y semiáridas que rodean la ciudad, distorsiona el diagnóstico del problema.

Más aún, propuestas como la instalación de domos sobre estas instalaciones reflejan un desconocimiento profundo del fenómeno de la calima, de la naturaleza física de las partículas suspendidas y de las medidas de control ya implementadas. En este sector, las prácticas de supresión de polvo mediante agua cumplen con lo estipulado por la Norma NAE-SDS-001-2017, y las emisiones generadas están dentro de un orden de magnitud significativamente inferior al impacto que tienen los terrenos erosionados y sin cobertura vegetal en los alrededores de la ciudad.

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El fenómeno de la calima, lejos de ser una anécdota climática, constituye una expresión visible de los procesos atmosféricos y geográficos que afectan la calidad del aire en Monterrey. Entender su origen y su dinámica resulta esencial para evitar diagnósticos erróneos y diseñar políticas públicas realmente eficaces, basadas en evidencia técnica y no en suposiciones o soluciones simbólicas.

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Nota del editor: José Alberto Cruzado Martínez es perito en contaminación del aire, Colegio de Ingenieros Ambientales de México A.C. (CINAM). Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.

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Opinión Contaminación ambiental

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