Ese dato, que puede parecer técnico, significa que casi la mitad de la contaminación climática del planeta ya tiene un costo económico explícito, lo que puede alterar decisiones empresariales, fiscales y de inversión en todo el mundo.
¿Qué es el precio del carbono?
Para comprender el alcance del cambio es necesario entender qué es exactamente el precio del carbono. A diferencia de lo que se suele pensar, no se trata de un solo mecanismo, sino de un conjunto de instrumentos que buscan traducir el impacto climático de cada tonelada de CO2 en un valor monetario, es decir un cobro por contaminar.
Los gobiernos de cada país aplican impuestos al carbono emitido, imponen gravámenes a combustibles fósiles o crean mercados de comercio de emisiones (ETS) donde las empresas compran y venden permisos para emitir, explica Guillermina Barrera, especialista en medio ambiente, economía circular y cambio climático en Revolution. Estos mecanismos y su precio lo determinan cada una de las naciones.
Todos estos instrumentos combinados conforman lo que la OCDE mide como tasa efectiva de carbono (ECR, por sus siglas en inglés). La lógica detrás es simple: si emitir CO2 tiene un precio, las empresas tienen un incentivo financiero directo para reducir sus emisiones o invertir en tecnologías más limpias. Lo que antes era voluntario o reputacional, se convierte en un costo directo.
La OCDE apunta que el crecimiento más fuerte proviene de los sistemas de comercio de emisiones, cuya cobertura pasó del 10% al 22% entre 2018 y 2023. Paralelamente, los impuestos implícitos al carbono, especialmente los impuestos sobre combustibles fósiles, siguen representando la mayor parte de la señal económica que enfrentan hogares y empresas.
¿El precio del carbono funciona para reducir la contaminación?
Para Barrera este ha sido el único mecanismo con el que se ha obligado a las empresas a llevar a cabo proyectos de mitigación o de compensación.
“Lo que hacen las empresas es que lo ven por el tema de impuestos y eso constituye un riesgo financiero para ellas, por eso están volteando a ver qué tipo de proyectos de mitigación si pueden empezar a hacer, a cambiar a ecotecnologías, energía limpia, evaluar proyectos de eficiencia energética, sistemas de medición, etcétera”, comenta Barrera.
Si bien, casi la mitad de las emisiones ya tiene precio, los niveles siguen siendo bajos: solo el 16% de las emisiones enfrenta un costo superior a 30 euros por tonelada, y apenas el 11% supera los 60 euros, una cifra muy por debajo de lo que recomiendan organismos internacionales para cumplir con los objetivos del Acuerdo de París. Esto significa que el mundo avanza hacia una economía donde contaminar es cada vez más costoso, aunque todavía falta robustecer los niveles de precio para que el cambio sea verdaderamente transformador.
Sin embargo, los ingresos que generan estas políticas son también una pieza clave y es que a nivel internacional, el Banco Mundial documentó que los gobiernos recaudaron más de 100,000 millones de dólares en 2024 mediante instrumentos de precio al carbono, recursos que en muchos casos se destinan a infraestructura verde, transición energética o compensaciones sociales para mitigar impactos económicos.
Para países con presupuestos limitados, la precificación ( o fijación de precios) del carbono se convierte en un mecanismo doble: desincentivar emisiones y financiar la transformación productiva.