Válvula de escape
Desde la Ciudad de México hasta Santiago y Sao Paulo, varias urbes latinoamericanas han puesto en marcha programas semanales de calles abiertas a la bicicleta en los últimos 20 años.
En Bogotá, a 2,600 metros sobre el nivel del mar, casi todos los domingos las nubes grises de contaminación se reducen.
En 2024, la ciclovía ha ayudado a reducir el equivalente a 444 toneladas de CO2, según cifras entregadas a la AFP.
Los deportistas disfrutan de la jornada soleada con paradas para refrescarse con diferentes bebidas y frutas, y comer empanadas y otros bocadillos.
Los más entusiastas recorren desde el norte, en los barrios más acomodados, hasta el sur, más pobre, o viceversa.
"¡Esto es lo que me da vida!", dice Jhon Lozano, un fanático del ciclismo de 89 años, que sale de casa a las 4:30 de la mañana cada domingo en su bicicleta de carreras para reunirse con amigos a lo largo de la ruta.
Ortiz describe la ciclovía como una "válvula de escape" para la cuarta ciudad más grande de América Latina, cuya población se ha multiplicado por diez en los últimos 50 años, pasando de 800,000 habitantes a ocho millones.
El crecimiento demográfico y la mala planificación urbanística hacen de Bogotá una ciudad con cada vez más autos, pero menos espacio para que transiten.
De las grandes urbes de la región es la única que aún no tiene metro, cuya construcción apenas está iniciando.
El Índice TomTom de Tráfico Urbano sitúa a Bogotá como la segunda área metropolitana más congestionada del mundo en 2023, después de Manila.